A los 62 años, y tras una trasegada campaña electoral, Dilma Rousseff se convirtió ayer en la primera presidenta de Brasil. Administrará los destinos de la octava economía del mundo, con unos 194 millones de habitantes. Rousseff, la discípula de Luiz Inacio Lula da Silva, venció a José Serra, del Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB). Con el 95,4% de los votos escrutados, Rousseff obtuvo el 55,65% frente al 44,35% de Serra. En la primera vuelta había obtenido casi el 47% de las adhesiones.

Dilma, como se la conoce en Brasil, encuentra un país pujante y sin sobresaltos en el horizonte. La coalición que forma el Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenece, con fuerzas de centro y de derecha, le garantizará un Congreso ampliamente a su favor. La mitad de los estados también estarán de su lado.

Ocho años atrás se le abrieron las puertas del Palacio Planalto a un extornero mecánico, líder de duras batallas contra la dictadura (1964-85). La llegada al poder de una mujer muestra cómo se han profundizado los caminos de la participación en este país.

GRAN ELECTOR Pero el impacto cultural de la victoria de Rousseff ha sido atenuado por ser un triunfo compartido con el hombre que la designó heredera. Lula fue el gran elector de Dilma. La flamante presidenta electa, a diferencia de Michele Bachelet en Chile, que hizo valer de entrada en el 2006 la cuestión de género en la contienda, decidió atar su suerte a la figura de una personalidad que despierta un fervor inédito. "Nadie me va a separar de él", prometió Rousseff, renunciando a la autonomía. "Votar a Dilma es votarme un poquito", dijo el líder. Así, se considera inevitable una fuerte influencia de Lula en la conformación del equipo de ministros de la sucesora. Según un sondeo de la Fundación Perseu Abramo, el 87% de los brasileños reconoce que hay aquí discriminación racial, pero apenas el 4% se considera racista. Con el machismo sucede algo semejante. Solo una minoría defendería esa bandera.

Lula llamó a Dilma "la madre de Brasil". Para la filósofa Carla Rodrigues, así subrayó el antiguo estereotipo de la mujer, aquel que valora lo femenino por su destino biológico, lo doméstico y aquello que sucede en una casa, "a pesar de que Rousseff no tiene su vida pautada por ideales de la familia".

Según Rodrigues, "tal vez el conservadurismo de la sociedad brasileña todavía no da espacio para que las mujeres lleguen al poder con banderas de combate a la desigualdad de género o de defensa de sus derechos". La interpretación no es descabellada: Roussef será la presidenta de un país con una tasa muy baja de representación parlamentaria femenina, un 9%, apenas cinco puntos más que Haití.

Las cosas eran peores antes de que Lula creara la Secretaría Especial de Políticas para la Mujer. Entre 1997 y el 2007 fueron asesinadas 42.532 mujeres. Las brasileñas están aprendiendo a denunciar la violencia. En los primeros siete meses, la policía recibió 343.063 llamadas, un 112% más que el año pasado.

En la campaña electoral no abundaron discusiones de esta índole ni tampoco programáticas. La moderación de los candidatos es, según el diario Folha de Sao Paulo, "una señal de madurez del país". Los cambios radicales están fuera de agenda.