Lo que muchas mujeres pensaron que sería un momento histórico de celebración, con Hillary Clinton como primera presidenta de Estados Unidos, se ha transformado con la elección de Donald Trump en uno de miedo e incluso de pavor. Se teme que laAdministración Trump revierta avances logrados en los últimos años, especialmente en materia de derechos reproductivos, y hasta se ve en peligro Roe v. Wade, la decisión que legalizó el aborto en EEUU en 1973. Desde grupos como el Centro para Derechos Reproductivos llegan los mensajes de alerta. “Nuestro país está peligrosamente cerca de los oscuros días en que las mujeres estaban obligadas a poner sus propias vidas en riesgo para conseguir atención de aborto segura y legal”, reza el comunicado de su presidenta, Nancy Northup.

No es un miedo irracional. Entre las promesas que Trump ha hecho repetidamente en campaña se cuenta la de desmantelar la reforma sanitaria de Barack Obama, una ley que, entre otras cosas, obligó a las aseguradoras a cubrir métodos anticonceptivos y que ha permitido que el porcentaje de mujeres con acceso gratuito a ellos pasara del 15% en el 2012 al 67% en el 2015. Y aunque en su primera entrevista Trump se ha mostrado dispuesto a mantener algunos aspectos de la reforma, los de la salud reproductiva no están entre los que ha mencionado.

LOS CAMINOS DE TRUMP Y EL SUPREMO

De hecho, ni siquiera hace falta que Trump anule completa o parcialmente la ley para que pueda tener un fuerte impacto. Podría alterar la definición de anticonceptivo, debilitando o eliminando la obligación de las aseguradoras de cubrirlo. Con su poder para nombrar a más jueces conservadores, podría hacer que se multipliquen los casos en que se exime a empresas privadas de incluir los anticonceptivos en los planes de seguros de sus empleadas. Y con el Congreso también en manos republicanas puede sacar adelanterecortes de fondos para grupos como Planned Parenthood o programas que subsidian la atención sanitaria a personas de bajos recursos que hasta ahora los demócratas y Obama han conseguido frenar. Mike Pence, vicepresidente de Trump, cristiano ultraconservador y cuyo creciente poder se ha reafirmado con su selección para dirigir la transición, fue quien comenzó en el Congreso en el 2007 el asalto contra los 500 millones de dólares (unos 460 millones de euros) de fondos federales con que se financia a Planned Parenthood.

El miedo se palpa ya en el incremento de consultas sobre la implantación de DIU, un anticonceptivo de larga duración (entre tres y 12 años), que han constatado numerosos centros de salud y especialistas médicos desde el miércoles, cuando también empezaron a dispararse las consultas en Google. Pero no hay miedo mayor que la posibilidad de que se pueda alterar Roe v Wade, una sentencia antes de la cual 5.000 mujeres morían al año en abortos inseguros y que en julio Pence prometió que será “enterrada en el montón de cenizas de la historia al que pertenece”.

Es una posibilidad remota, pero no imposible. En el último debate Trump dijo que esa sentencia sería anulada “automáticamente” y aunque eso es imposible, puede caer en sus manos llenar con un juez conservador la plaza vacante que hay en el Tribunal Supremo, donde dos jueces progresistas podrían retirarse también durante su mandato.Y su efecto se podría sentir durante décadas.

RETROCESOS EN MUCHOS FRENTES

“Muchas mujeres no se dan ni cuenta del enorme alcance que tiene el papel del Gobierno en sus vidas”, dice en una conversación telefónica Gloria Romero, una empresaria de 45 años que lleva más de ocho trabajando con Ruth’s List. Esa organización se dedica en Florida a apoyar e impulsar la entrada de mujeres demócratas en la política y el servicio público, algo que, como ha probado el 42% del voto femenino que se ha llevado Trump, no es generalizado. “Hay mujeres que no apoyan a mujeres, no ven apropiado que estén en política o dudan de la capacidad de una mujer de hacer ese trabajo”, lamenta Romero, quien se muestra “absolutamente preocupada”, teme “retrocesos en muchos frentes” y lamenta la “carta blanca” que ha recibido “unaagenda socialmente conservadora que impacta en las mujeres adversamente”.

Análisis de un voto dividido

La “brecha de género” ha alcanzado un récord de 24 puntos, con Hillary Clinton llevándose el voto femenino por un 12% y Donald Trump logrando el mismo porcentaje de superioridad en voto masculino. Pero aunque a Clinton le votaran el 54% de las mujeres, otro 42% lo hizo porTrump, que ha dominado entre las blancas (53%- 43%) y ha tenido ventaja aún mayor (64%- 35%) entre las mujeres blancas sin educación superior.

Eso es lo que hace que gente como Gloria Romero, que trabaja apoyando la participación de mujeres en política, advierta de que el futuro tiene que pasar por sumar al diálogo a esas mujeres para las que las políticas de género “claramente no son la prioridad”. “Son nuestras vecinas, nuestras compañeras de trabajo... -dice-. Si no construimos puentes y consenso volveremos a perder”.