Tras el golpe de Estado del domingo, Honduras despertó ayer con dos presidentes: el interino nombrado por el Parlamento, Roberto Micheletti, que formó a toda prisa su Gobierno dispuesto a quedarse siete meses, y el derrocado, Manuel Zelaya, que en la vecina Nicaragua recibió el apoyo de los presidentes americanos y el aliento mundial para recuperar el poder.

Los colegas izquierdistas de Zelaya --depuesto para evitar una reforma constitucional que le permitiría un nuevo mandato-- amenazaron con rebeliones e intervenciones, pero era la ofensiva diplomática internacional la que acorralaba a los golpistas. Mientras tanto, Micheletti clamaba: "No se ha roto el orden constitucional, hemos hecho lo que manda la ley".

Todos los organismos internacionales señalaron lo contrario. "Tenemos que asegurarnos de que este acto infame en Honduras termine siendo un fracaso", dijo el presidente de la Asamblea General de la ONU, Miguel D´Escoto, al abrir una reunión de urgencia. "Como nicaragüense, me siento avergonzado de que se dé un golpe de Estado en Centroamérica durante mi presidencia", añadió. Tras la primera reunión y condena de la Organización de Estados Americanos (OEA) --que puede jugar el mejor papel para resolver la crisis--, se sucedieron las repulsas de gobernantes y organizaciones de todo el mundo.

RESPALDO DE EEUU "El golpe es ilegal y Zelaya sigue siendo el presidente", dijo con rotundidad el presidente de EEUU, Barack Obama. El presidente venezolano, Hugo Chávez, envió un avión para recoger a Manuel Zelaya en Costa Rica, donde lo deportaron los militares durante el golpe, y trasladó el frente izquierdista a la capital nicaragüense, Managua, donde se reunieron los presidentes de la Alianza Bolivariana de América (Alba), parte del Grupo de Río y el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), que preside el gobernante de Nicaragua, Daniel Ortega. Chávez ya amenazó con una intervención militar y Ortega recordó su época guerrillera al prever la vuelta de Zelaya "a su tierra por esos caminos de Dios". Ortega soñó también la "rebelión pacífica del pueblo hondureño".

En Tegucigalpa, capital de Honduras, la resistencia parecía reducirse a los 200 seguidores del presidente depuesto que desafiaron el toque de queda impuesto por los militares y se quedaron entre improvisadas barricadas frente a la casa presidencial. Uno de ellos, miembro del Comité de Defensa de los Derechos Humanos, señaló: "Hemos pasado la noche aquí un grupo de gente, el suficiente para que no pasara el Ejército". No obstante, el Ejército ya había pasado, arrollador, y aunque redujo su presencia en la calle, permanecía dentro de la residencia y recibió a tiros a un grupo que en algún momento intentó entrar.

Las ráfagas no hirieron a nadie, pero dejaron su huella de advertencia en otros edificios. Frente a la convocatoria de una huelga general, que hicieron varios sectores sociales y sindicales, el nuevo jefe del Estado se encargó personalmente de despertar a los hondureños por la radio para que llevaran a los niños a la escuela y fueran a trabajar. Aun así, muchas escuelas, empresas y comercios cerraron.

Con la electricidad cortada y varias emisoras de radio fuera de frecuencia, el país amaneció sin información ni luces.

TIBIAS PROTESTAS La cifra de reunidos frente a la casa presidencial pidiendo la vuelta de Manuel Zelaya aumentó durante el día, igual que ocurrió el domingo cuando, en vez de la polémica consulta, la gente se encontró con que el Ejército había depuesto al presidente. La situación fue tranquila en el resto de la ciudad, y las protestas dentro del país, donde Zelaya tiene más apoyos, se limitaron a pequeñas concentraciones. Una socióloga dijo: "La sociedad hondureña es demasiado apática como para reaccionar".