Aung San Suu Kyi sigue la senda histórica de Nelson Mandela, como la Junta birmana sigue la del régimen del apartheid . A la premio Nobel de la Paz, que lleva detenida 14 de los últimos 20 años, le cayeron ayer otros 18 meses de arresto domiciliario. La sentencia podría haber sido más dura, pero es suficiente para impedirle presentarse a las elecciones del año próximo. En Birmania hay 2.000 presos políticos.

Las inmediatas y numerosas reacciones internacionales a la sentencia certifican que Suu Kyi, desde un pequeño país del olvidado Sureste Asiático, ya es un símbolo global con su indesmayable lucha por la paz y la democracia. La secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, dijo que nunca debería haber sido "juzgada ni condenada" y exigió su liberación. También la reclamó el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, mientras el Consejo de Seguridad convocaba una reunión de urgencia y la Unión Europea se preparaba para imponer nuevas sanciones contra la Junta Militar que gobierna Birmania con mano de hierro.

Para Gordon Brown, primer ministro británico, la sentencia es la "última prueba de que la Junta actúa con total desprecio a los estándares legales y la opinión internacional". El presidente francés, Nicolas Sarkozy, la calificó de "brutal e injusta". El coro condenatorio fue continuo.

INTERESES ECONOMICOS "La cuestión real es cómo va a reaccionar realmente la comunidad internacional, si irá más allá de la simple condena", indicó desde Estados Unidos un abogado de Suu Kyi, Jared Genser. Las organizaciones de derechos humanos han denunciado repetidamente que muchas empresas occidentales respetabilísimas, de países que condenan los desmanes de la Junta, tienen lucrativos negocios en el país.

La sentencia fue leída en la cárcel de Insein, con miles de policías desplegados en el perímetro y las advertencias de castigos severos a quien se manifestara en las calles. Suu Kyi fue condenada por violar los términos de su arresto domiciliario a tres años de trabajos forzosos. El ministro del Interior, el general Maung Oo, irrumpió en la sala cinco minutos después para leer un comunicado del general Than Shwe, el líder de la Junta, acortando la pena a la mitad y permitiendo que sea cumplida en casa. Los analistas explican que tras esta actitud en apariencia indulgente está el interés por calmar a la escena internacional y a sus principales socios asiáticos (China y Tailandia).

La Junta justificó la rebaja de la condena por el reconocimiento al padre de Suu Kyi, un héroe de la independencia, y "el mantenimiento de la paz y en prevención de desórdenes en el camino hacia la democracia". Ese camino son las elecciones previstas para el año que viene, de las que urgía apartar a Suu Kyi como fuera. Ya arrasó en las elecciones de 1990, que la Junta nunca reconoció, y en estos años su popularidad no ha dejado de aumentar. "Espero poder trabajar con ustedes en el futuro por la paz y la prosperidad de mi país y la región", dijo Suu Kyi a los diplomáticos internacionales a los que se había permitido acudir al juicio. Después fue conducida a su casa, situada junto a un lago. Suu Kyi estuvo encarcelada en Insein durante los casi tres meses que ha durado el juicio.

OTRO CONDENADO El tribunal también condenó al estadounidense John William Yettaw, la pieza clave y misteriosa del asunto, a siete años de cárcel, incluidos cuatro de trabajos forzados. Yettaw cruzó a nado el lago para llegar a la casa de Suu Kyi el pasado mes de mayo. Esta lo alojó dos noches, y por ese motivo ha sido condenada. Yettaw es un mormón, descrito a veces como "un iluminado" y otras como "algo anormal". Yettaw explicó que quería ver a Suu Kyi para prevenirle de un atentado que había visto en un sueño. Lo más suave que le llaman los seguidores de Suu Kyi es imbécil. Otros le acusan de ser un aliado de la Junta para preparar la trampa que condujo al juicio. Suu Kyi siempre le ha defendido. Yettaw está enfermo de diabetes y sufre ataques de epilepsia.