Binyamin Netanyahu es mucho más listo que Donald Trump . Lleva años practicando con éxito el ilusionismo, una variante menor de la magia política. Su número más repetido consiste en presentarse como hombre providencial –sí, como Franco y otros dictadores–, el único que puede salvar a su país de las fuerzas de mal. Estamos ante un manipulador que maneja como nadie la oratoria, en hebreo y en inglés. Cuando tiene problemas, como ahora, debido al juicio por corrupción que le puede descabalgar del puesto de primer ministro, rescata su número favorito, el del enemigo exterior. No son solo bravatas, pregunten a los gazatís.

Esta vez lo tiene algo más difícil porque los problemas son múltiples, profundos y simultáneos. A la acción de los tribunales y a su debilidad política se ha sumado la calle. Miles de israelís se manifiestan desde semanas en todo el país. Exigen su dimisión. Hay acampadas delante de la residencia oficial. Crece la rabia contra su gestión de la pandemia (cerca de 70.000 casos y medio millar de muertos). Los rebrotes han vuelto a desbordar los hospitales del país.

Netanyahu, fiel a su historial, vio en el covid-19 una herramienta perfecta para blindar su poder frente a los jueces y frente a su principal rival político, Benny Gantz , con quien se vio obligado a formar un gobierno de coalición tras tres elecciones seguidas sin una mayoría. Según ese pacto debería ceder la jefatura del Gobierno a Gantz en dos años, algo que todos, hasta Gantz, saben que no va a ocurrir. Ya surgirá algún conejo desde el fondo de la chistera.

Ni siquiera un ilusionista experimentado como él fue capaz de prever el impacto económico de la pandemia. El paro ha llegado al 25%, el más alto de la historia de Israel. Más de un millón de personas busca empleo en una economía con una elevada desigualdad, sin la protección social adecuada y con un coste de vida disparatado. Para que puedan contextualizar la gravedad de la situación, en la guerra de los seis días y en la época de la inmigración masiva desde la URSS en los años noventa del siglo XX, el paro no superó el 11%. Es una crisis que afecta a las clases medias, una de las bases electorales de Netanyahu y de su partido Likud.

En eso está como su amigo Trump, a quien se le desmoronan los apoyos tradicionales y cae en todas las encuestas. Empiezan a abandonar al presidente de EEUU la tercera edad, alarmada por su gestión del covid (150.000 muertos y sin dejar de subir), la América de los suburbios, que en las legislativas de hace dos años favoreció a los candidatos demócratas, y los jóvenes blancos urbanos. Trump acaba de lanzar la idea del aplazamiento de las elecciones. Es una cortina de humo porque no tiene poderes para conseguirlo. La fecha está establecida en una ley federal de 1845. Solo el Congreso puede aprobar una excepción. Netanyahu lo tiene más fácil: puede anexionarse parte de Cisjordania, bombardear a Hamás en Gaza o iniciar una guerra con Hizbulá en El Líbano.

Como el desafío interno es mayúsculo, la opción elegida podría ser la más arriesgada: El Líbano. Una guerra, corta o no, obligaría a cerrar filas con la patria, es decir, con Netanyahu. Como no puede atacar a Irán sin apoyo militar expreso de EEUU, debe contentarse con zurrar a la sucursal libanesa del régimen de Teherán. Israel y Hizbulá tuvieron una guerra de 34 días en 2006. Como no ganó con claridad Israel, el Partido de Dios vendió su resistencia como éxito.

Israel mató la semana pasada a un mando de Hizbulá cerca del aeropuerto de Damasco. Fue lo que llaman una ejecución extrajudicial, un asesinato según la legislación internacional.

Hizbulá apoya al régimen de Basar el Asad en la guerra contra las milicias sunís financiadas por Arabia Saudí. Como el líder de Hizbulá, Hasan Nasrallah , había prometido responder cualquier asesinato, Netanyahu ha ordenado el despliegue de su Ejército en el norte de Israel ante la inminencia de una respuesta: también ha anunciado que responderá con contundencia a cualquier lanzamiento de cohetes. Es el escenario perfecto para un ilusionista de la guerra.

No sabemos cómo evolucionará la crisis, pero sí que Nasrallah también sabe jugar al ajedrez y al póker, y no cometerá errores. Lo que le conviene es no dar excusas y dejar que Netanyahu arda en su hoguera política y judicial. La alternativa sería Benny Gantz, un general sin carisma. No un pacifista, pero al menos no se expresa con el odio propio de la extrema derecha. Son tiempos para celebrar cualquier brizna de sentido común. H