Toufah Jallow acudía al palacio presidencial de Gambia dispuesta a arrodillarse ante Alá y acabó postrada ante la lascivia de Yahya Jammeh, un déspota que, quizás por creerse un ser divino, no muestra signos de humanidad. Llegaba orgullosa por ser la elegida para leer el Corán e inaugurar el mes de pureza del Ramadán y regresó a casa sintiéndose tan sucia que restregó su cuerpo tembloroso bajo la ducha por una eternidad. ¿A quién acudir para escarmentar a un violador que resultaba ser el hombre más poderoso del país? ¿Cómo despojarse de esa huella de infamia? Solo ella veía esa marca, pero ahí sigue, indeleble desde el 2015. La respuesta tardó años en brotar en su cabeza: para sobrellevar el lastre de un abuso tan brutal no hay más remedio que destapar las heridas. Para combatir la tiranía solo sirve mostrar las cicatrices al mundo.

"Mi silencio era para proteger a mi familia, evitarles problemas y vergüenza", relata quien fuera ganadora de un concurso de belleza organizado por el dictador, que marcó su vida y la de cientos de miles de gambianos en sus 22 años de cruel mandato. Desde el 2017, el sátrapa, de 54 años, vive plácidamente exiliado en Guinea Ecuatorial.

Toufah era entonces una adolescente que acudía despreocupada a la residencia presidencial para departir sobre el proyecto caritativo que conllevaba su responsabilidad como reina de la belleza. "Entonces le veía como a un padre. Me aconsejaba que estudiara y que no me casara para poder realizarme plenamente. Incluso amuebló la casa de mis padres e hizo que instalaran agua corriente", recuerda.

CAPTACIÓN

La joven, de 23 años, se sentía inmensamente afortunada hasta que en un nuevo encuentro el mandatario la sorprendió pidiéndole matrimonio pese a la flagrante diferencia de edad. Toufah dijo no con tanto respeto como desconocimiento de las consecuencias que acarrearía. Aun así, para evitar más situaciones incómodas, dejó de responder a las llamadas de Jimbee, la prima del sátrapa y encargada de captar a las víctimas, muchas veces bajo la apariencia de trabajar como chicas de protocolo, una mezcla de secretarias y azafatas cuyo auténtico cometido era estar disponibles para satisfacer la voracidad sexual de Jammeh, según explica Human Rights Watch.

Una vez que Jimbee logró contactar con Toufah, la convocó a lo que se anunciaba como un acto religioso. "Me quedé sola en un cuarto y apareció Jammeh sin gorro ni túnica. Un atuendo impropio para una ceremonia", recuerda. Tampoco su cara era ya la de un gentil filántropo. "Estaba enrojecido y fuera de sí. Me gritaba que quién me creía que era para rechazarlo", añade. La agarró del brazo y la llevó a una habitación contigua, impávido ante las súplicas desesperadas de ella. Allí le inyectó una sustancia, la puso de rodillas y la humilló. "Comenzó a frotar sus genitales por mi cara, me giró, puso mi cabeza sobre la cama y me forzó", describe la mujer.

Ella lloraba y decía que iba a morir. "No, no te matará. ¡Si es divertido!", le dijo el dirigente entre risotadas antes de que ella cayera inconsciente. Al despertar, una Toufah aterrorizada se apresuraba para volver a casa cuando un guardaespaldas de Jammeh la advirtió: "Haremos cualquier cosa para proteger al presidente". Pasó días conmocionada en la cama, fingiendo estar enferma para no preocupar a su familia. Hasta que poco después, Jimbee la llamó de nuevo. "Supe que Jammeh iba a querer hacerlo una y otra vez. Que mi vida se limitaría a ser su esclava sexual y que no lo hubiera soportado", relata. Sin decir nada a nadie, por extrema precaución, tomó su pasaporte, cubrió su rostro con un velo y huyó a Senegal. Allí obtuvo ayuda de las oenegés para obtener asilo en Canadá, donde ha emprendido una nueva vida, con dos empleos y estudiando Trabajo Social.

ABRIR LA PUERTA

Pero se ha convencido de que por más vocacional que sean sus planes no podrá ayudar a nadie si antes no lo hace consigo misma. Ya no sirve que Jammeh esté exiliado y su familia fuera de peligro. Ya no le alivia el mantra al que recurría: "la vida sigue". "No se lo dije ni a mi familia para evitarles sufrir. Hasta que hace un par de años decidí poner fin a un silencio que protegía a Jammeh, pero y a mí, ¿quién me protege?", describe. "Cuando miro atrás, aún me siento avergonzada y culpable --revela, emocionada--. Necesito devolverle a él todas esas sensaciones, verlo comparecer ante un juez y sanar este dolor".

La redención de Toufah es también una vía para que las víctimas de este y de otros depredadores empiecen a perder el miedo. Para ello necesitaba mostrar su cara y pronunciar su propio nombre. Liderar un #metoo que ha sacudido a Occidente pero que sigue latente y amordazado en África. "¡Yo soy Toufah, yo soy la víctima y no me voy a esconder! Por más que sepa lo que me espera, las voces que se preguntarán si no sería que iba demasiado sexy", dice. Ha decidido abrir la puerta de su infierno con todas las consecuencias:"He elegido hablar. Si sigue el miedo, todo continuará igual. Y no quiero que mis futuras hijas ni ninguna otra mujer deban pasar por todo lo que estoy sufriendo yo".