Silvio Berlusconi no se va a ir por esto. Hasta los editorialistas italianos que más le critican coinciden en que, hoy por hoy, ningún golpe judicial va a echarle del poder. Porque su carrera política se ha forjado en la lucha contra los tribunales y porque la relación de fuerzas le sigue favoreciendo.

Muchos están seguros de que si la justicia tumba la ley que le inmuniza, sacará otra que la sustituya. Más difícil lo tiene con la otra sentencia de estos días, la que dice que fue "corresponsable de la corrupción" de un juez y que le condena a indemnizar con 750 millones a Carlo di Benedetti, dueño de La Repubblica. Pero lo que le preocupa a Berlusconi es que va a tener que pagar. Y puede que tenga que vender el Milan F.C. para hacerlo.

Sus corifeos mediáticos proclaman que esa sentencia es un golpe de Estado, que detrás de ella está la izquierda que, incapaz de batirle en las urnas, utiliza los tribunales para echarle. Es el mismo argumento que su jefe ha esgrimido cada vez que ha tenido un traspié judicial. Y son muchas. Pero, además de eso, es un grito de guerra. El de quien sabe que si deja el poder está acabado.

Pero es que el centroderecha coincide con él. Porque sin Berlusconi es muy poca cosa. Gianfranco Fini, el presidente de la Cámara, es una excepción aislada. Además, Berlusconi está convencido de que si hubiera que adelantar las elecciones, las ganaría.