El paisaje parece congelado. Solo se mueve el río Irauadi, que tantas muertes causó hace un mes. Desde el avión se adivinan sus recodos rojizos por el fango entre el mar de arrozales. No se ve gente, pese a que el DC-80 de Myanmairways vuela bajo al aproximarse al aeropuerto de Rangún. No se mueve ni un coche. Ni una hoja.

La parte baja del delta sigue bajo las aguas, en las que se adivinan decenas de islas sumergidas por el color verdoso de la vegetación. Las hay del tamaño de Ibiza, pero la mayoría son pequeños islotes ocupados por pescadores, sepultados por el ciclón Nargis, que se tragó a 134.000 personas entre muertos y desaparecidos, según la ONU.

"Campaña orquestada"

La Junta sigue bombardeando a la población con su propaganda. "No pasa nada. Todo es una campaña orquestada por el capitalismo y la prensa internacional empeñados en la ardua tarea de confundirlo todo", dice el locutor de la televisión birmana. Pero sí pasa. Pasa que la carretera del aeropuerto está hecha una pena, con árboles centenarios aún caídos y raíces en medio del asfalto. Pasa que hay cientos de casas sin techar y en ruinas. Pasa que la gente está que arde contra la Junta, aunque lo digan en voz baja o en casa, como se dicen las cosas en una dictadura.

"No tienen vergüenza. Se gastan una millonada en construir una capital Naypyidaw que no sirve para nada, cuando podrían arreglar las carreteras y dar techo y comida a las víctimas", sostiene Grace S., una mujer de Kle Yen Gyl, cerca de Rangún, que lo perdió todo, su casa y su esposo. Por suerte, dos hijos están casados en Rangún, y los otros dos viven en el norte.

La mujer destaca que las primeras dos semanas no apareció nadie del Gobierno por la zona de Twantay, fuertemente afectada. "Solo vinieron unos jóvenes voluntarios desde Rangún, que reunieron dinero para ayudarnos. Durante siete u ocho días nos trajeron unas bolsas con arroz y pollo", agrega.

Grace dice que si alguien le hubiera dicho que venía un ciclón habría salido corriendo, pero la radio hablaba de "tormentas ligeras". "´Habrá lluvias en todo el delta, a rachas fuertes´. Esa previsión es la de todos los años por estas fechas. Mire hoy con qué fuerza llueve. No es un calabobos, sino una tormenta en toda regla, habitual en la temporada de monzones. Todo el mundo pensó en algo así".

Sigue lloviendo y los damnificados se cobijan, por familias, en las cabañas de cuatro metros cuadrados que ellos se han hecho con las 20 cañas y la lona regaladas por el Gobierno. "En casa somos seis, y yo he venido desde Mandalay a Rangún porque no cabemos en la choza", dice la joven Kay P.

Poca luz y menos móviles

Rangún y el país entero parecen congelados en el tiempo. No funcionan los teléfonos móviles de ningún otro país y una línea local cuesta más de 2.000 euros. Apenas hay luz. Internet funciona a trompicones, y cuando lo hace bloquea los accesos al correo de Yahoo, Hotmail, AOL y Gmail. "Por su interés le informamos de que las autoridades no permiten entrar en las páginas de correo web reseñadas", reza el aviso de un cibercafé.

Y sigue lloviendo. La Junta militar reparte tractores en la parte alta del delta para que los agricultores siembren un arroz que se cosechará dentro de cuatro meses. Entretanto, 2,4 millones de personas malviven con lo puesto, un longi (pareo), una camiseta y unas chancletas.