Kembe fem. Kembe fem. Gary Downey, un estadounidense de 64 años, lleva los últimos 20 en Haití. Está casado con una haitiana, pero solo ahora ha aprendido la expresión en creole. Kembe fem. Mantén el coraje.

La frase se repite estos días en muchos encuentros entre habitantes de Puerto Príncipe, tras las preguntas sobre la familia, la casa, el hoy y el mañana. Y alienta, pero a menudo hace volver a la mente de quienes tratan de sobrevivir tras el terremoto la pesadilla que ha pasado, la que queda por superar.

Downey es un hombre con vida a sus espaldas, de pelo y bigote cano, y justo tras escuchar un kembe fem rompe a llorar. "Está bien, está bien --dice rápidamente intentando recomponer el gesto y frenar las lágrimas-- es solo que a veces me pesa todo esto demasiado".

Necesitaría, muy posiblemente, recibir asistencia psicológica, un lujo en el que aquí nadie ni siquiera se permite pensar, ni para él ni para nadie. Y se lamenta por Haití y la mala suerte de los haitianos, citando una canción de Katthy Matea que dice: "Todos somos solo semillas en manos de Dios. Empezamos igual, pero donde caemos, a veces es tierra fértil, a veces arena". Su emoción vuelve a estar a flor de piel. ¿No es normal?

A LA INTEMPERIE Son ya tres días durmiendo la intemperie, porque aunque su casa en el barrio de Petionville se mantiene en pie, también podría caer. Son ya tres días intuyendo que la peor violencia, esa que hace unos años dejó a 12 personas muertas en un radio de menos de un kilómetro de su casa, está a punto de volver. Son ya tres días tirando de las reservas económicas, que no eran abundantes tras acabar su último trabajo con una organización católica el año pasado, y sabiendo que la llegada ahora de una inyección de dinero es más difícil todavía que antes. Por eso, si hay que rogar se ruega, como hacía ayer sin demasiado éxito, tratando de negociar que Naciones Unidas le contrate.

Patience. Paciencia. Es el nombre de una de las compañías de autobuses cuyos coloridos y obsoletos autobuses circulan por la ciudad. Pero empieza a agotarse. Y eso se siente cada vez más.

En ningún momento se percibe con más crudeza que cuando empieza a oscurecer, cuando cae la noche. En las aceras de las carreteras arden algunas fogatas, mientras unos pocos semáforos inútilmente siguen marcando su acompasado ritmo de rojos y verdes y en el aire se sienten los reflejos que salen de algunos locales que tienen generadores.

Una discusión en la oscuridad aterra más que bajo el sol, cuando al menos se ven los rostros enfadados, rabiosos o desolados. Y ni siquiera los militares de los cascos azules que escoltan a convoys o misiones o que deberían encargarse de otros asuntos de seguridad quieren circular. La noche es el miedo.

LA ACCION DE LAS BANDAS Lo es también la violencia. No hace falta llegar ya a las calles de Cité du Soleil, el impenetrable territorio de las terroríficas bandas de Puerto Príncipe, para sentirla. Grupos armados han dejado convertida en desolado territorio Delures, una vía donde se concentran tiendas y establecimientos comerciales de alto nivel. Conseguir un conductor de confianza se ha convertido en un reto cada vez más duro (y más caro). Y aunque el rumor es la moneda oficial en la ciudad, y no hay a quién recurrir como fuente oficial, corren con una intensidad que los hace creíbles los que hablan de personas que ya han sentido el hierro de una pistola o de un machete en sus cuerpos, la amenaza con la que los más descarnados ladrones están forzando a la gente a meterse entre los escombros de las casas derruidas o semiderruidas para buscar algo que robar.

ASALTO Puerto Príncipe está más que nunca al borde de convertirse en un territorio sin ley. Los almacenes de alimentos del Programa de Alimentación Mundial (PAM) fueron saqueados. Y no hace las cosas más fáciles que Naciones Unidas, que en los últimos años había logrado asentar algo la situación con la Minustah, su misión en Haití, haya perdido en este desastre a las tres personas que más alto estaban en su mando. La ONU admite que la situación es "tensa pero gestionable", pero en el Pentágono dicen estar preparándose para asumir tareas de seguridad.

"Organizar aquí nada es casi imposible, nadie sabe con quién hablar para que se empiecen a mover las cosas y aunque sería Naciones Unidas la que debería estar al frente, hay un montón de países que están encargándose de cosas, pero cada uno se ocupa de lo suyo, van a lo que les interesa", cuenta un guardia civil español de los 21 que estaban en el país.

Poco después, uno de los 12 policías que también forman parte del contingente entra corriendo en una habitación. "Dicen que han encontrado a una niña española, tenemos que irnos ya, está en las montañas y el tráfico es horrible", exclama.

Pronto su prisa se ve frenada. Hay que hacer una llamada, preguntar algo, coordinar. El agente se sienta junto a otro compañero. Se ponen a intentar hacer alguna llamada por su cuenta. "No te puedes quedar esperando. Hay que tomar la iniciativa". Haití espera.