«No toleraremos acciones vandálicas ni actos terroristas en el territorio nacional», dijo el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, después de tres días en los que las calles venezolanas han vuelto a bañarse de sangre en medio de cortinas de gases lacrimógeno. Por la noche es cuando Caracas se hunde en la zozobra. Se escuchan caceroladas y disparos, gritos y carreras. La delincuencia de la ciudad más violenta de América Latina tiene a la vez mayores posibilidades de acción. Cuando llega la mañana, es el momento de hacer el ejercicio de inventario. Hasta el momento se han contabilizado al menos 16 víctimas fatales, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), dependiente de la Organización de Estados Americanos. El diario El Nacional sube la cifra a 17. Todos saben que es un número provisional.

El Gobierno y la oposición se acusan mutuamente por los actos de violencia. Para las autoridades estatales, las muertes son consecuencia del «terrorismo».

El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) señala como responsable a los cuerpos de seguridad o grupos armados afines, conocidos como colectivos. El OVCS vislumbra días de mayor furia. Si en el 2018 tuvieron lugar 12.715 protestas y 14 decesos, el año entrante ya se ha superado el números de muertos. Por su parte, Alfredo Romero, el director ejecutivo del Foro Penal, ha informado que 328 han sido detenidas desde el 21 de enero.

La situación no parece diferente a las del 2014 y el 2017, cuando la oposición creyó que era posible forzar la salida de Maduro ocupando el espacio público. En las dos oportunidades, Voluntad Popular (PV), el partido de Leopoldo López, tomó la delantera. Otra vez VP, pero ahora con el liderazgo de Juan Guaidó, se coloca en el centro de una estrategia de alto costo humano.

Desde Panamá, país de inevitable tránsito para entrar o salir de una Venezuela a la que no vuelan muchas de las compañías más importantes, el papa Francisco ha apoyado otra vez «todos los esfuerzos para ahorrar sufrimientos a los venezolanos». El portavoz interino del Estado Vaticano, Alessandro Gisotti, dijo que el Pontífice está «informado» de lo que se sucede, «reza por las víctimas» y por toda la población.

La calle no solo es el espacio donde se dirime una disputa política. La crisis es el principal motor que impulsa a los más pobres a la protesta. El Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM), informó que la cesta de la compra tuvo en diciembre una subida del 184.970% en comparación con el mismo mes de 2017.

Las protestas no tienen la misma densidad en toda Venezuela. Tampoco en la capital. Los barrios más acomodados son bastiones de la oposición. Hasta ellos bajan de los cerros sectores marginales que son los que fundamentalmente ponen el cuerpo. Pero, a la vez, el malestar es indisimulable en algunas de las barriadas pobres como 23 de Enero y Petare, donde llegó a detonarse una granada. Son los sectores populares, aquellos donde el ideario del bolivariano echó raíces, los que en la actualidad sienten con mayor rigor el peso de la encrucijada: Nicolás Maduro no tiene nada que ofrecerles y a la vez desconfían de nuevos salvadores que por el momento esconden sus programas conservadores. Hasta cuándo pueden soportar bajo circunstancias cada vez más agobiantes. Como una herejía, ya se escuchó ahí el canto «no quiero bono, no quiero Clap (caja de alimentos que da el Estado), yo lo que quiero es que se vaya Nicolás».