Hace justo un año el mundo contemplaba atónito cómo Notre Dame de París era pasto de las llamas y la famosa aguja gótica de Viollet le Duc se desplomaba en medio de un diluvio de fuego que había arrasado la cubierta de la catedral. Durante 15 horas, un ejército de 400 bomberos hizo lo imposible por salvar la estructura. Lo lograron, pero los daños fueron enormes.

Las vallas que rodean el templo parisino, la grúa sin movimiento y los andamios que velan por su estructura son reflejo de aquella fatídica tarde, sobre la que la Justicia todavía no ha podido esclarecer el origen de las llamas.

«Esta catedral la reconstruiremos. Todos juntos. Es una parte de nuestro destino», dijo en la noche del 15 de abril ante el templo aún humeante Emmanuel Macron, aventurándose a alcanzar ese objetivo en cinco años.

Doce meses después, el confinamiento decretado el 16 de marzo para luchar contra la epidemia de coronavirus ha obligado a interrumpir de nuevo las obras, que ya sufrieron un parón el pasado verano por culpa de las 400 toneladas de plomo que cubrieron de ceniza el edificio. Bien visible en la isla de la Cité, la grúa de 74 metros permanece inmóvil desde entonces.

«Es una suerte que no hubiera ningún muerto durante el incendio y nuestra prioridad es que no haya víctimas en la obra. Preferimos que se caiga un trozo de bóveda a que haya un muerto por plomo o por covid-19», explica en Le Monde Rémi Fromont, arquitecto jefe de Monumentos Históricos.

Este inesperado revés no arruina el optimismo del general Jean Louis Georgelin, presidente del organismo público encargado de la conservación y restauración de Notre Dame, convencido de que se podrá recuperar el tiempo perdido, lanzar la fase de restauración en el 2021 y celebrar el Te Deum el 16 de abril del 2024 como está previsto.

El mayor riesgo sigue siendo el andamiaje que se levantó para restaurar la aguja de la catedral antes del incendio, un amasijo de acero que en buena parte se fundió con el calor del fuego y que tendría que haber empezado a desmontarse el 23 de marzo.

TRABAJO POR DELANTE / La operación durará varios meses y la catedral estará fuera de peligro solo cuando ese andamio haya desaparecido. Luego habrá que ocuparse de liberar las bóvedas de los siglos XII y XIII de los cascotes de madera carbonizada, limpiar los arcos y retirar los escombros que los robots han despejado de la nave, protegida de la lluvia con una lona, como el transepto, el coro y los ventanales.

Las fachadas laterales se han reforzado y los arbotantes rodeado de abrazaderas para garantizar la estabilidad de la catedral, estable dentro de la gravedad, y sin síntomas de haberse movido. Mientras dura la pausa obligada por el coronavirus los arquitectos se centran en los estudios sobre el diagnóstico y la restauración. A día de hoy nadie sabe cómo será Notre Dame dentro de cuatro años, porque sigue abierto el debate sobre la aguja.

¿Debe recrearse de manera idéntica a la concebida por Viollet le Duc o es mejor darle un aire contemporáneo como sugirió Macron? Por ahora no hay consenso. Algunos proponen un aguja en cristal, hacer un jardín ecológico e incluso convertir el techo en una terraza panorámica.

El arquitecto jefe, Philippe Villeneuve, es partidario de mantenerse fiel al estilo gótico, en primer lugar porque se conservan los planos de Le Duc y sería más fácil ceñirse al calendario. «Quiero devolver al mundo Notre Dame tal y como era. Es mi deber», dice en un documental de France 2. Esta opción también parece la favorita de una mayoría de franceses.

EN PUNTO MUERTO / La estructura de la cubierta es otro motivo de discordia entre quienes defienden la madera y quienes prefieren materiales ignífugos como el hormigón o el acero. Lo único seguro es que aprovechando las obras se reorganizará el espacio de la plaza que acoge a los 13 millones de turistas que visitan cada año Notre Dame.

Pero, no todo ha sido negativo: el análisis de los restos ha convertido la catedral en un «yacimiento arqueológico», algo único para los investigadores, y la limpieza del plomo ha llegado a rincones olvidados desde hace tiempo, por lo que su reapertura presentará un templo más luminoso.

Para la reconstrucción, las cuatro fundaciones encargadas de recolectar los fondos tienen confirmados casi 902 millones de euros.

Por lo que se refiere a la investigación sobre las causas del siniestro, también parece estar en punto muerto. Descartado el móvil terrorista que alimentó en su día todo tipo de teorías conspirativas, la principal pista es una colilla mal apagada que habría provocado un cortocircuito. En el punto de mira, las empresas que restauraban la aguja de la catedral y el Estado, por una posible negligencia.