Nueva Deli es una "cámara de gas", ha alertado su gobernador, Arvind Kejriwal. Es una metáfora gastada: ya la utilizó en el 2016 la Corte Suprema cuando cavilaba las soluciones contra el cielo mugroso que envolvía la ciudad en esas fechas. De entonces se recuerdan las fantasmales siluetas de Narendra Modi y su homóloga británica, Theresa May, moviéndose por los jardines de Hyderabad. No han servido tres años para que los políticos dieran con soluciones ni nuevas metáforas. Solo han aprendido que a principios de noviembre es recomendable evitar las recepciones oficiales.

Los 20 millones de personas que se aprietan en el área metropolitana de Deli respiran estos días un aire que tiende a sólido y difumina los contornos cercanos. La concentración de partículas PM2,5 (las más pequeñas y peligrosas porque entran directamente en los pulmones) ha rozado el millar de microgramos por metro cúbico cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) sitúa el umbral del peligro en los 25 microgramos. La prensa local enumera las consecuencias devastadoras para el febril ritmo de la capital. Una cuarentena de vuelos han tenido que ser desviados del aeropuerto de Deli porque los pilotos no distinguían las pistas de aterrizaje. Los colegios ha decretado vacaciones obligatorias, se han repartido cinco millones de mascarillas para los niños y todas las obras de construcción se han detenido. El Gobierno ha decretado la emergencia de salud pública, desaconsejado cualquier actividad física en el exterior y animado a la ciudadanía a quedarse en casa. También ha desempolvado las restricciones al tráfico rodado en días alternativos en función de la matrícula par o impar. La hemeroteca descubre que ninguna de esas medidas es nueva ni eficaz.

Turistas visitan la Puerta de la India bajo una fuerte niebla de polución, este domingo en Nueva Deli. / SAJJAD HUSSAIN (AFP)

Deli es la ciudad más contaminada del mundo. Al polvo de la construcción, las emisiones de vehículos y otras causas estructurales se suman las estacionales que desembocan en cada noviembre en el apocalipsis. Por un lado, los fuegos artificiales y petardos con los que se celebra el festival de Diwali en olímpica ignorancia de las prohibiciones de las autoridades. Y por otro, la masiva quema de rastrojos del campesinado en los cercanos estados de Haryana y Punjab. Tampoco ha conseguido el Gobierno que se respete la prohibición de esa práctica que alisa el campo antes de plantar trigo.

MÁS DE 3.000 INCENDIOS ILEGALES

Pekín y Deli compartían el problema de la contaminación llegada del vecindario. El Partido Comunista lo atajó sin delicadezas con el cierre de las fábricas de acero y carbón de la provincia de Hebei. Es más complejo en la caótica democracia india, que exige pactos entre las administraciones central, provincial y local. La entrega de maquinaria subvencionada a los campesinos indios que evitaría la quema de rastrojos ha fracasado por falta de fondos. Tampoco ha servido el despliegue de 300 equipos de funcionarios sobre el terreno. Las imágenes de satélite han descubierto más de 3.000 incendios ilegales en una sola semana. Ese humo contribuye al 44% de la polución de la capital.

Un campesino indio quema rastrojos en un campo en las afueras de Amritsar, en el estado de Punjab. / RAMINDER PAL SINGH (EFE)

India ha relevado a China como epítome de calamidad medioambiental. Ambas comparten la tradición agraria, la lucha contra la pobreza y el proceso de industrialización, pero en la segunda ya se ha asentado la conciencia ecológica en el Gobierno y la pujante clase media. Siete de las diez ciudades más contaminadas del mundo son ya indias y las consecuencias para la salud son devastadoras. Un reciente estudio de la Universidad de Chicago revelaba que el aire contaminado lima siete años la esperanza de vida en los estados de Bihar, Chandigarh, Deli, Haryana, Punjab y Uttar Pradesh.