Hasta hace dos meses C&B, el pequeño café abierto en el 2015 por Ali Sahin en Alphabet City, era uno de esos espacios que han definido en parte el Nueva York de los últimos años. Un local mínimo pero acogedor, oficina frecuente para jóvenes con ordenador, con una banda sonora apreciable y un menú reducido pero lleno de alegrías para el paladar e infinitamente más accesible que el restaurante de estrellas Michelin por el que pasó este economista turco reconvertido primero en chef y luego en emprendedor de la restauración.

Hoy, como el resto de una Nueva York azotada como pocos lugares del mundo por la tormenta del coronavirus, con más de 16.000 muertos solo en la ciudad, Sahin vuelve a tener que reinventarse, esta vez para tratar de mantenerse a flote. El café es panadería. Quedan cinco de los ocho empleados. De las reclamaciones de ayuda para pequeños negocios por ahora no hay noticias y prosiguen las negociaciones con el casero sobre el alquiler. Los ingresos son el 20% de lo que eran en febrero pero Sahin aún tiene fuerzas para sonreír.

Cero, no obstante, es una amenaza para decenas de miles de negocios en Nueva York, especialmente los llamados mom and pop, esos pequeños, familiares o independientes con 10 empleados o menos que son parte vital para que esta ciudad. Algunos cálculos creen que más de la mitad, unos 186.000, podrían no sobrevivir a esta crisis pero que al golpear a sus restaurantes y bares, a instituciones culturales y artísticas grandes y pequeñas, a su vida en público, amenaza su esencia.

Reimaginar Nueva York, el eslogan que ha escogido para un grupo de trabajo en todo el estado el gobernador Andrew Cuomo, es una misión complicada en su principal urbe. Y es difícil porque el golpe ha sido «devastador», como dice por teléfono Andrew Rigie, director ejecutivo de la NYC Hospitality Alliance, donde están representados muchos de los 25.000 restaurantes, bares y establecimientos nocturnos de la ciudad.

Parados de la urbe

Antes de la crisis daban empleo a más de 300.000 neoyorquinos. Muchos están ahora en la lista de casi más de un millón de nuevos parados de la urbe. Y se acumulan las incógnitas, sobre todo para el próximo año y medio o dos años, hasta que haya vacuna. «Nadie sabe cuál va a ser el comportamiento del consumidor ¿Cuándo van a poder volver a gastar los neoyorquinos? ¿Cuándo van a volver los 70 millones de turistas?», se pregunta Rigie.

Interrogantes parecidos marcan al sector hotelero de una ciudad con 130.000 habitaciones y donde 40.000 de los 55.000 empleados han perdido el trabajo según los datos de Vijay Dandapani, presidente y consejero delegado de la Asociación Hotelera de NYC. «De los 700 hoteles al menos 100 no sobrevivirán», valora en un correo electrónico. «No se espera volver a los niveles pre-covid antes de dos años y medio o tres años», y aunque «será el mercado el que determinará los precios», calcula que «si tras los atentados del 11-S los precios de las habitaciones cayeron entre el 25 y el 30%, ahora se reducirán 50% hasta que haya una vacuna».

El economista James Parrott, del Centro para Asuntos de la Ciudad de Nueva York de The New School, subraya el «profundo y preocupante impacto económico» de esta crisis, que en Nueva York «ha creado el riesgo de perder muchos pequeños negocios y un desplazamiento laboral sin precedentes concentrado especialmente en los sectores de hostelería y restauración, servicios y pequeño comercio y que golpea muy duro a los trabajadores de bajos ingresos» en una ciudad donde «la red de protección social no está preparada para ayudar a la gente a esta escala». Y la predicción es clara: «va a cambiar la vida de los barrios».

Sahin, el dueño de C&B, está preocupado, pero su diagnóstico «no es totalmente desesperanzado». En su opinión, «Nueva York en unos años volverá, pero no todos podrán volver, y es difícil que nadie salga de esto sin magulladuras».