La amenaza de una huelga en el transporte público de Nueva York, un sistema que utilizan a diario siete millones de personas, se hizo realidad ayer, cinco días antes de Navidad. A las tres de la madrugada, tras semanas de negociaciones fallidas, Roger Toussaint, presidente del sindicato Local 100, que agrupa a 30.000 trabajadores de metro y bus, anunció el paro indefinido.

La protesta, la primera de esta envergadura en 25 años y cuyo coste diario para la ciudad se estima entre 340 y 560 millones de euros, abre una batalla legal. Mientras ésta se libra, millones de neoyorquinos llenaron las calles en bicicleta, patines, a pie o compartiendo viajes en taxis o coches regidos por estrictas normas de ocupación. Muchos llegaron tarde al trabajo. Las escuelas se abrieron dos horas más tarde. Algunos que llegaron a la ciudad no sabían cómo regresarían.

En la raíz de la protesta está el rechazo a las propuestas de la Autoridad Metropolitana del Transporte (MTA, en sus siglas en inglés), que afectan, sobre todo, a futuros empleados. La MTA, alegando los costes de las pensiones, quería subir de los 55 a los 62 años la edad para acceder a la pensión completa y aunque luego accedió a mantenerla en los 55 años, los trabajadores rechazaron que los nuevos empleados contribuyan durante sus 10 primeros años con un 6% de su salario. Los trabajadores se niegan a que se retire un 1% del sueldo a los nuevos contratados para su seguro médico. Tras los atentados de Madrid y Londres, piden también entrenamiento para afrontar posibles desastres. "Esta es una batalla sobre si el trabajo duro será remunerado con una jubilación decente. Esta es una batalla por la erosión y la posible eliminación de la cobertura médica para la clase trabajadora, una batalla por la dignidad y el respeto en el trabajo", dijo Toussaint. Tras sus palabras, empezaron a cerrar las estaciones de metro y dejaron de circular los autobuses, y se puso en marcha el plan de emergencia de la ciudad. Ningún coche puede cruzar los puentes de Man- hattan ni circular por debajo de la calle 96 con menos de cuatro ocupantes entre las 5 de la madrugada y las 11 de la mañana y entre las 3 y las 8 de la tarde.

EN LOS TRIBUNALES Las autoridades del transporte acudieron a los tribunales para buscar un bloqueo al paro. En Nueva York, los trabajadores públicos no pueden dejar su trabajo y una ley les multa con el salario de dos días por cada uno de paro. El alcalde, Michael Bloomberg, no involucrado en las negociaciones, cruzó a pie con miles de personas el puente de Brooklyn. Más tarde, condenó con dureza la huelga que considera "egoísta, ilegal e irresponsable".

Muchos ciudadanos, pese a los incovenientes, mostraron su solidaridad. "Los apoyo totalmente", decía Abdel, un taxista marroquí motivado por un día con más ganancias que de costumbre (y también con atascos de dos horas). "La MTA tiene beneficios de cientos de millones de dólares y se lo reparten los grandes. Los empleados merecen lo que piden". Compartía su opinión Andrew Stewart, un agente que controlaba el puente de Williamsburg. "No puedo ir contra el sindicato. Su paro afecta a gente que trabaja, pero ellos también trabajan muy duro".

En la sombra quedaban miles de trabajadores sin papeles como Juan Carlos, un mexicano que vive en Queens y trabaja en el turno de noche en un café en Manhattan. "El compañero que tenía que llegar a las siete de la mañana ha dicho que la policía está poniendo muchos problemas y no se va arriesgar a venir. Yo no sé cómo volveré a casa".