En sus mítines, Bernie Sanders suele desglosar las industrias a las que pretende enfrentarse para transformar la economía si llega a la Casa Blanca: los bancos de «Wall Street», las «aseguradoras», las «farmacéuticas», la «industria de los combustibles fósiles», el «complejo militar-industrial» y el «complejo industrial de prisiones». Casi nada. A lo que hay que añadir el establishment demócrata o los grandes medios generalistas, opuestos a la idea de un candidato socialdemócrata que pone a los trabajadores en el centro de su agenda y pretende rehacer las costuras del sistema. Por si fueran pocos los obstáculos en su camino, Sanders cuenta con uno nuevo: la sombra de la influencia rusa para beneficiar a su campaña.

La semana pasada se publicó que Rusia estaría tratando de interferir nuevamente en la campaña. No solo para contribuir a la reelección de Donald Trump, sino también para conseguir que el senador por Vermont conquiste la nominación demócrata.

Sanders ha reconocido que fue informado hace un mes por la inteligencia de las presuntas maniobras del Kremlin. No es un manto que le interese porque solo podría aumentar la desconfianza que sienten hacia su campaña muchos demócratas. «Francamente, no me importa quién quiere Putin de presidente», dijo el viernes. «Mi mensaje para Putin es claro: mantente alejado de las elecciones estadounidenses. Como presidente me encargaré de que así sea». El candidato llegó a decir que es posible que algunos de los agresivos comentarios atribuidos a sus seguidores en la red formen parte de la campaña rusa.