Cerrado a la prensa, de perfil rebajado, reducido a la mínima expresión y, no obstante, significativo. Así fue el encuentro que ayer, finalmente y tras meses de malabarismos diplomáticos de Washington para tratar de contener la rabia y las amenazas de China, se produjo en la Casa Blanca entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el dalái lama, el líder espiritual del Tíbet forzado por la persecución política a vivir en el exilio desde el año 1959.

Un comunicado emitido después por el secretario de prensa de Obama, Robert Gibbs, subrayó el "firme apoyo" del presidente a "la conservación de la especial identidad religiosa, cultural y lingüística de Tíbet y la protección de los derechos humanos tibetanos en la República Popular China".