No era buena y cada vez es peor. La relación entre la Administración de Barack Obama y la de su homólogo israelí, Binyamin Netanyahu, se ha deteriorado a pasos agigantados en los últimos días y la crisis, definida por el embajador israelí en Washington, Michael Oren, como "el peor momento en las relaciones bilaterales desde 1975", sigue en escalada.

Ayer, de forma abrupta, se canceló el viaje de George Mitchell, el enviado especial de Obama para la zona, que debía impulsar las llamadas "conversaciones de proximidad" entre israelís y palestinos. Aunque la secretaria de Estado, Hillary Clinton, se mostró confiada en que esa visita se recuperará, su suspensión indefinida alimenta la sensación de desencuentro.

Va en el trabajo de la jefa de la diplomacia intentar lanzar un mensaje de calma, y ayer Clinton trató de disipar la noción de crisis reiterando el "total compromiso de EEUU con la seguridad de Israel" y hablando de un lazo "inquebrantable" entre ambas naciones, "calurosas palabras" a las que dio la bienvenida Netanyahu en un comunicado.

LA "AFRENTA" Había sido ella, no obstante, quien personificara el grave momento que atraviesa la relación cuando el viernes transmitió al primer ministro israelí el enfado de Obama por el gesto de desprecio que representó el anuncio de una nueva construcción de asentamientos en Jerusalén Este, justo cuando el vicepresidente, Joe Biden, estaba de visita en Israel.

Ese episodio --definido como "insulto" y "afrenta"-- ha abierto una caja de los truenos que lleva cerrada, en falso, los 14 meses transcurridos desde que Obama llegó a la Casa Blanca. El presidente demócrata ha buscado desde entonces, sin éxito, relanzar las conversaciones de paz entre palestinos e israelís. No ha logrado, por ejemplo, gestos de buena voluntad del mundo árabe y, pese a su petición de que Israel congelara los asentamientos, se ha tenido que conformar con una moratoria, y parcial, de 10 meses (y solo en Cisjordania).

FALTA DE AVANCES Obama se ha frustrado con la falta de avances y, aunque ha mantenido la cooperación en aspectos como los 2.200 millones de euros anuales en ayuda militar, ha dado un giro que hace intuir el fin de lo que un columnista de The New York Times , Roger Cohen, definió como "la diplomacia del cheque en blanco". Es mirado con recelo por buena parte de la población israelí y por el ala ultraconservadora del Gobierno de Netanyahu y es acusado de alentar las reclamaciones palestinas. Obama, que también se enfrenta a acusaciones de no tener una estrategia para la región, se ve forzado a caminar por una fina línea. En el Pentágono, tras un viaje a la zona organizado por el general David Petraeus, se presentó en enero un informe en el que se denunció que la intransigencia de Israel está poniendo en peligro el papel de EEUU en la región, donde una de las prioridades es lograr consenso y apoyos para Afganistán, Irak y los planes nucleares de Irán.

En casa, pese a haber contado con el 78% del voto judío para llegar a la Casa Blanca, el presidente cuenta con creciente oposición política al endurecer su postura frente a Israel. Congresistas de ambos partidos han urgido a Obama a "abstenerse de criticar en público a Israel".