Cualquiera que haya seguido la carrera política de Barack Obama desde que se fijó la Casa Blanca como meta sabe que el 44º presidente de Estados Unidos, que ya el día de su inauguración hace dos años habló de "un nuevo amanecer del liderazgo estadounidense", siempre ha defendido la idea del excepcionalismo nacional, esa fe en que el país tiene algo que lo hace especial, mejor. En sus dos primeros años de mandato, sin embargo, los conservadores lo han atacado por su supuesta falta de fe en esa idea y han extendido esa noción. Y no ha habido un correctivo mayor a las críticas republicanas que el discurso sobre el estado de la Unión que Obama ofreció anoche en el Congreso. Fue su más apasionada defensa hasta la fecha de esa excepcionalidad estadounidense y su más contundente apelación a mantenerla viva para evitar quedar en los vagones de cola del liderazgo mundial.

"La idea de Estados Unidos perdura. Nuestro destino sigue siendo lo que decidamos", proclamó Obama para cerrar los 62 minutos de un discurso que fue también una llamada de atención contra la complacencia. "Necesitamos innovar más, educar más y construir más que el resto del mundo. Tenemos que hacer de EEUU el mejor lugar del mundo para hacer negocios", clamó, advirtiendo de que sin nuevas inversiones públicas en sectores clave como la educación, la ciencia, las infraestructuras y las energías limpias EEUU está abocado a quedar a la zaga de naciones como China e India. "Las reglas han cambiado", recordó a los estadounidenses.

Control del déficit

El suyo fue un enfoque sobre todo filosófico pero con guiños a una realidad económica (un índice de paro del 9,4% y una deuda disparada que supera los 10 billones de euros) que fuerza al realismo. Aparecieron en su discurso propuestas (en su inmensa mayoría genéricas o recogidas y ampliadas de proposiciones anteriores) sobre reformas necesarias para controlar el décifit. Hubo llamadas a cambios en el código fiscal, pero también sin especificidad ni calendario marcado.

Son ideas que ha ido apuntando ya durante sus dos años en la presidencia, pero ayer llegaban en un escenario político diferente, marcado por la recuperación de poder de los republicanos en las últimas elecciones de noviembre, en las que arrebataron a los demócratas la mayoría en la Cámara baja del Congreso. Y Obama, el presidente que ha aspirado a encarnar el postpartidismo desde el inicio de su mandato, apeló también con fuerza a la idea de la colaboración. "O avanzamos juntos o no avanzaremos en absoluto", recordó a los congresistas, por primera vez sentados mezclados y no separados por partidos en un gesto que el presidente recordó que debe ser algo más que eso.

La llamada al trabajo conjunto, sin embargo, no enterró al Obama más consciente de que la carrera para las elecciones presidenciales del 2012 ya ha empezado. Y su discurso estuvo salpicado de mensajes en defensa de sus objetivos y logros políticos. Apostó, por ejemplo, por acometer finalmente la necesaria reforma sobre las leyes de inmigración. Pero defendió, sobre todo, la reforma sanitaria, principal diana de ataque de la oposición. "Todo puede ser mejorado. Estoy ansioso por trabajar con ustedes" --dijo a los republicanos--. Pero en vez de volver a librar las batallas de los últimos dos años, arreglemos lo que necesite ser arreglado y avancemos".

Enfrentamiento ideológico

Pese a la cordialidad aparente y al civismo formal que Obama logró reavivar tras el intento de asesinato de la congresista Gabrielle Giffords --recordada ayer en el Congreso con decenas de lazos blancos y negros en las solapas y en las palabras del presidente, aunque este evitó pronunciarse sobre el control de armas--, se mantiene el enfrentamiento ideológico entre los conservadores y Obama, por más que este se haya instalado en el centro. Y en la respuesta de los republicanos al discurso, ofrecida por el congresista Paul Ryan, quedó delineada esa batalla que va a marcar los próximos dos años, sobre todo en el empeño republicano por evitar cualquier nuevo gasto público.

El nuevo escenario político de EEUU quedó también de manifiesto en la respuesta a la intervención del presidente con un segundo discurso de la oposición, en este caso de la congresista Michelle Bachmann, que ha formado el grupo del Tea Party en la Cámara baja. Si Obama hablaba a la nación y buscaba con especial ahínco a los votantes independientes, Bachmann arengaba a las masas de ese movimiento ultraconservador que se ha convertido en fuerza ineludible.