Ayer, como en cada aniversario del 11-S, el sur de Nueva York amaneció con sirenas y el rítmico aleteo de las hélices de los helicópteros. Como cada año, policías fuertemente armados y con perros salpicaban algunos vagones de metro y las estaciones más cercanas al lugar donde un día se alzaron las Torres Gemelas. Como los ocho años anteriores en que Zuccotti Park ha acogido la ceremoniosa lectura de los nombres de los 2.749 muertos allí, la zona cero era tanto destino de familiares de víctimas y políticos como de visitantes que dirigían sus cámaras digitales hacia un área donde, por primera vez en un aniversario de los atentados del 2001, empieza a sentirse que avanza un proyecto de reconstrucción.

Ayer, sin embargo, algo era distinto. Un bloque de Park Place entre las calles Church y West Broadway, a dos manzanas de donde hace nueve años el terrorismo islámico radical de Al Qaeda dio su mayor golpe al mundo, estaba vallado y protegido por la policía. Es el bloque de los dos edificios colindantes donde se construirá el centro cultural islámico, con mezquita incluida, que ha polarizado a la sociedad de EEUU.

Es el lugar donde hace ya meses los musulmanes se han reunido para orar, y en los tres últimos han visto cómo la polémica se intensificaba hasta obligarles a trasladar sus rezos. Y es donde, horas más tarde de que acabara la ceremonia oficial, se daban cita los que defienden el proyecto y los que lo rechazan. Sin duda, era ese el enclave donde más se sentía la tensa calma.

Nadie se llama a engaño: este ha sido el 11-S más politizado y conflictivo desde que el terror hizo de esta fecha un símbolo en un calendario. Y por más que desde Washington el presidente de EEUU, Barack Obama, llamara tanto en su discurso semanal como en su intervención en la ceremonia de homenaje en el Pentágono a la tolerancia religiosa, es precisamente la convivencia de fes una de las víctimas nueve años después.

MENSAJE PACIFICADOR "No estamos ni estaremos nunca en guerra contra el islam", insistía el presidente ante los mandos militares y los familiares de las 184 víctimas del Pentágono. "No fue una religión la que nos atacó aquel día de septiembre. Y de la misma forma en que condenamos la intolerancia y el extremismo en el extranjero, nos mantendremos fieles a nuestras tradiciones aquí como una nación de diversidad y tolerancia", añadió. Su vicepresidente, Joe Biden, era quien viajaba como enviado de la Administración a Nueva York, mientras la primera dama, Michelle Obama, y su predecesora, Laura Bush, asistían a la ceremonia en Shanksville (Pensilvania), donde cayó el vuelo 93. Pero eran las palabras del presidente en Washington las que lanzaban el mayor mensaje pacificador al país. "Defendemos los derechos de cada estadounidense --proclamaba--, incluido rezar como cada uno elija".

Consciente de que la radicalización de los sentimientos contra los musulmanes se ha hecho triste realidad en los últimos meses, Obama insistió en apelar a un compromiso para "no sacrificar las libertades ni esconderse tras un muro de sospechas y desconfianza ... No nos rendiremos a su odio y sus prejuicios", dijo. El encono es ya innegable, y en los últimos días se ha alimentado por la iniciativa de la quema de coranes promovida por el pastor de Florida Terry Jones.

El viernes, ese oscuro personaje llegó a Nueva York, donde la policía le recibió alertándole de que le pisaría los talones durante su estancia en la ciudad. Y, por la mañana, Jones anunciaba en la cadena NBC la suspensión definitiva de su proyectada pira. Aseguró que no la encenderá ni ayer "ni en ningún momento en el futuro" y atribuyó la decisión a un mensaje divino.

SITUACION EXPLOSIVA No le ha hecho falta echar ningún Corán a las llamas para hacer estallar una situación explosiva en todo el mundo, dando alas a las protestas de los musulmanes más radicales y a otros fundamentalistas cristianos que prometían organizar sus propias profanaciones del libro sagrado musulmán. Unos y otros ponen en peligro una convivencia pacífica que, el viernes por la noche, encontraba expresión en los cielos neoyorquinos. Mientras desde la zona cero se proyectaban hacia la noche las ya tradicionales torres de luz, lo más alto del Empire State se teñía de verde para celebrar el fin del Ramadán.