Con la vista puesta en los votantes estadounidenses, el candidato demócrata a la Casa Blanca, Barack Obama, se esforzó ayer durante su visita a Israel y la Cisjordania palestina en dejar claro que si alcanza la presidencia no alterará un milímetro la alianza sin condiciones que su país mantiene con el Estado hebreo, al que definió como un "milagro que ha florecido" desde su fundación. En términos prácticos, se comprometió a defender la seguridad de Israel y prometió trabajar para evitar que Irán pueda desarrollar armas atómicas. Para los palestinos apenas tuvo gestos. Unicamente dijo, según un alto funcionario de Ramala, que desde el primer momento se dedicará a promover el proceso de paz.

Obama dedicó casi la totalidad de su corta y maratoniana visita a reunirse con los principales dirigentes israelís. Su agenda también incluyó los lugares que Israel presenta como símbolos del sufrimiento del pueblo judío: el museo del Holocausto y la ciudad de Sderot, diana de los cohetes palestinos hasta la entrada en vigor, en junio, de la tregua en Gaza. Obama no escatimó elogios para Israel e insistió en que "nunca" presionará en nombre de la paz a sus dirigentes para "hacer concesiones que pongan en peligro su seguridad".

SUSPICACIAS En Israel, sin embargo, existen suspicacias sobre Obama. "No nos mentirá pero tampoco nos dirá toda la verdad", escribía ayer Yair Lapid en el diario Yedioth Ahronoth . El multilateralismo de Obama y sus deseos de retirarse de Irak y dialogar con Irán no gustan a muchos.

Para los palestinos, Obama es una incógnita. A diferencia del republicano John McCain, el senador negro se reunió brevemente en Ramala con el presidente Mahmud Abbás. Pero no hizo declaraciones y huyó de los asuntos espinosos. "Los palestinos creen que, al final, todos los presidentes sucumben al lobi judío y nada cambia", dice el analista Bassem Barhum.