Prácticamente un año y medio después de llegar a la Casa Blanca, Barack Obama ha logrado esta semana un importante avance en su ambiciosa agenda con la aprobación en el Congreso de la reforma del sistema financiero. La política, no obstante, es como un poliedro, y mientras el presidente demócrata consolida su proyecto, las superficies que rodean ese núcleo presentan realidades contrapuestas. Triunfos como esa reforma, la ya conseguida del sistema sanitario o la puesta en marcha de un paquete de estímulo económico de 600.000 millones de euros (que si bien no se ha traducido aún en una significativa reducción del paro sí ha frenado la sangría de destrucción de empleo iniciada antes de su llegada a la presidencia) no están dando, al menos de momento, rédito político a Obama.

SONDEOS Dos sondeos de esta misma semana confirman que sigue cayendo la aprobación de su gestión entre los ciudadanos, que según la media que hace Real Clear Politics está en el 46,7%, mientras que el índice de desaprobación es del 47,1%.

El presidente ha puesto coto a los excesos de Wall Street que fueron el epicentro del terremoto económico y que tanto odiaban los ciudadanos, y ha ampliado la cobertura sanitaria a 32 millones de personas que carecían de protecciones básicas. Pero su Administración también ha topado con graves problemas, como la ineficaz respuesta al desastre ecológico en el golfo de México, que ni siquiera ha aprovechado para impulsar una reforma más ambiciosa del sistema energético, y un índice de paro que sigue rozando los dos dígitos. Incluso en el caso de las reformas aprobadas, en la vida diaria pocos notan el cambio. Parte de sus votantes consideran, además, que está siendo menos reformista de lo que prometió --por no hablar de temas abandonados o congelados como el del cierre de Guantánamo y la regulación de la inmigración--. Y entre sus opositores, revitalizados con el movimiento Tea Party, resurge la crítica de que el 44º presidente de EEUU está devolviendo al país a una época de regulación que aborrecen quienes hacen suya la máxima de que "el Gobierno es el problema, no la solución".

Las encuestas aclaran esos sentimientos. En una de la CBS, solo un 33% daba su aprobación a la reforma sanitaria y solo un 13% consideraba que sus políticas económicas le han ayudado directa o indirectamente. En otra del Washington Post , casi 6 de cada 10 personas mostraban desconfianza ante su gestión.

MAYORIA AMENAZADA El descontento entre los electores es irrelevante ahora para un presidente que aún tardará dos años y medio en volver a citarse con las urnas, pero cobra gran significación si se tiene en cuenta que puede traducirse en un rechazo en las elecciones legislativas de noviembre a los demócratas, que han sido en el Congreso los peones sin los que Obama no habría podido dar sus jaques. De hecho, perder la actual mayoría demócrata en las dos Cámaras le forzaría a limitar sus aspiraciones legislativas.

En este sentido, Obama sigue defendiendo que la suya es una estrategia a largo plazo.