Jair Bolsonaro cumple el 1 de enero un año como presidente de Brasil con una popularidad menguante. Al tomar posesión, algunos analistas lo compararon con el estadounidense Donald Trump y el húngaro Viktor Orbán. Las analogías después de 365 días en el poder son a veces de otro orden. El Brasil del capitán retirado ya tiene a los ojos de algunos analistas rasgos de Gilead, el mundo de pesadilla integrista que Margaret Atwood retrata en El cuento de la criada.

«¿Qué buenas noticias puede haber si estamos completando 12 meses de algo que solo la imaginación más distópica podría inventar? ¿Qué puede ser positivo cuando tuvimos el presidente más increíble y más ridículo de nuestra historia?», se plantea la revista Carta Capital. Un 56% de los brasileños reprueba la gestión del capitán retirado de acuerdo con una encuesta de la Confederación Nacional de la Industria (CNI).

Según la consultora Datafolha, solo la aplaude el 36% de los brasileños, mientras que un 80% desconfía de sus declaraciones y un 43% nunca le creería. Desde la redemocratización, en 1985, solo Fernando Collor ha sido menos valorado que Bolsonaro en su primer año en el Gobierno. Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff, los demonios para la ultraderecha, recibieron en ese mismo período aprobaciones del 59% y 41%, respectivamente.

«Cara de homosexual»

Un 53% aseguró a Datafolha que Bolsonaro no cumple las promesas de su investidura. «Usted tiene una increíble cara de homosexual», le dijo a un periodista que preguntó sobre los vínculos de su hijo, el senador Flavio, con las milicias parapoliciales de Río de Janeiro y las denuncias sobre lavado de dinero. La era del clan presidencial tiene la marca del exabrupto. En una entrevista con una televisión israelí, otro hijo del jefe de Estado, el diputado Eduardo Bolsonaro comparó la unión entre personas de un mismo sexo con lo que puede sentirse por una mascota.

Con ese mismo tono se ha hecho referencia a la esposa del francés Emmanuel Macron, al hijo del argentino Alberto Fernández o la joven defensora del meido ambiente Greta Thunberg, a quien el capitán retirado calificó de «mocosa» por sus críticas a la política ambiental cuando las llamas en la Amazonía se expandían sin control.

La economía, entre tanto, se recupera muy lentamente. Brasil ha de crear dos millones de empleos para volver al nivel del 2014. Lo que sí crece es la intolerancia. La alianza de Bolsonaro con las iglesias pentecostales derivó en una tentativa de «evangelización» cultural con denuncias de censura preconciliar. Eduardo y Carlos Bolsonaro ya son investigados como instigadores de las «milicias digitales» por la proliferación del odio a través de fake news.

El factor Lula

El líder ultraderechista se ha encontrado inesperadamente con un problema mayor que el desafecto de un sector de asus votan. Existe otro brasileño mejor valorado en los sondeos, recordado con cierta nostalgia entre los más pobres, a quien lo votarían si fuera judicialmente habilitado: Lula. Su reaparición al salir de la cárcel, donde purgó parte de una polémica condena amargó la Navidad al exmilitar. Un día después, presentaron una nueva denuncia por corrupción contra Lula, en la que se apunta a que la constructora Odebrecht donó casi un millón de dólares al Instituto que lleva el nombre del expresidente a cambio de millonarios beneficios.

Sin embargo, Bolsonaro padre está convencido de que su obra de refundación acaba de empezar. «La gran amenaza radica en que el doble objetivo, evitar el juicio político y lograr la reelección, no es un fin en sí mismo. Es solo un medio. El verdadero objetivo de Bolsonaro es destruir la democracia. Permanecer en el poder y ganar las elecciones en el 2022 son solo requisitos previos para poder conseguir este objetivo más amplio. Por supuesto, esta hoja de ruta puede cambiar. Bolsonaro puede intentar un golpe antes del año 2022», señaló Marcos Nobre recientemente en la revista Piauí.

Ese horizonte ha dejado de ser una mera especulación cuando Eduardo Bolsonaro amenazó con un «nuevo AI-5», como se conoce el acto institucional que marcó el endurecimiento de la dictadura militar en 1968.