El momento es el adecuado, la causa es justa y, con trabajo duro, sé que pueden triunfar". Con estas palabras, el presidente de Estados Unidos, George Bush, resumió la conferencia internacional de paz entre palestinos e israelís que ayer se celebró en Annápolis. El encuentro sirvió de punto de arranque de un proceso que debe finalizar en el 2008 con un acuerdo de paz que dé paso a la creación de un Estado palestino.

Annápolis fue una declaración de intenciones y una escenificación de voluntad política por parte de tres líderes --Bush, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbás-- muy debilitados. Como estaba previsto, el comunicado conjunto solo anuncia el inicio de las negociaciones y su organización.

No se detallan en el texto estos puntos claves y por escrito; las partes solo se comprometen a abordarlos, lo que de por sí es una vieja reivindicación palestina. En su intervención ante la cincuentena de países asistentes a la cumbre, Abbás recordó la inmensidad que queda por negociar: "Jerusalén, los refugiados, las fronteras, los asentamientos, el agua y la seguridad". Es decir, todo. "En las negociaciones trataremos todos los temas que hasta ahora se han evitado. La realidad creada en nuestra región en 1967 cambiará", dijo Olmert.

VASO MEDIO LLENO En los matices y las formas hay que buscar el vaso medio lleno de Annápolis. De entrada, el comunicado --que los palestinos se negaron a firmar hasta el último minuto, por considerarlo muy vago-- establece un periodo de tiempo, algo a lo que Israel siempre es alérgico. Finales del 2008 no está marcado en rojo, y en Tierra Santa el tiempo fluye a su manera, pero no deja de ser una referencia temporal, ligada al final del mandato de Bush. La resolución de la Liga Arabe del 2002 --en la que se ofrece el reconocimiento de Israel a cambio de su retirada a las fronteras de 1967-- es zanahoria apetitosa para un Tel-Aviv que no olvida a Irán.

Las cuidadosas palabras de Olmert en reconocimiento del dolor de los refugiados palestinos fueron bien recibidas, así como la reflexión de Abbás de que ambos pueblos están "ante una oportunidad única". Los saludos y el apoyo árabe, con Bush aparentemente encantado de ejercer el papel de mediador que se negó a asumir en siete años, son otros motivos para el optimismo que se destacaban en los pasillos de la base naval de Annápolis.

DEBILIDAD Sin embargo, en el ámbito de los inexistentes contenidos, la lista de motivos para ver la cumbre como un vaso vacío es muy sólida. Washington renuncia a aportar ideas (y a forzar su aceptación). La palabra "Jerusalén" no aparece en el comunicado conjunto, ya que su presencia hubiera acabado con el Gobierno de coalición de Olmert. Lo cual lleva al escaso margen que los dos líderes tienen para negociar. Olmert es uno de los primeros ministros más impopulares de la historia de Israel, y su Ejecutivo depende de los ultras. Abbás no controla Gaza y está en guerra con Hamás, vencedor de las elecciones del 2006. En realidad, el mensaje de Annápolis es que ambas partes afirman estar dispuestas a hablar de los temas claves. Los temas son conocidos desde hace 40 años. Las posturas respectivas, también. Ninguna idea nueva surge de Annápolis, excepto la voluntad de tres líderes débiles y de una comunidad árabe que sabe que las cosas en Oriente Próximo están muy mal.

MORATINOS, OPTIMISTA Entre los asistentes a la reunión estaba el ministro español de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, quien, optimista, afirmó que la conferencia "abre un nuevo capítulo en el libro de paz" de Oriente Próximo. Según Moratinos, el compromiso alcanzado por palestinos e israelís "marca una pauta para lograr la paz definitiva", la oportunidad que abre Annápolis "no puede desaprovecharse" y es básico implicar a Siria y el Líbano.

Mientras, Irán, que no ha sido invitado a la cumbre, añadió más tensión a sus relaciones con Occidente al anunciar que tiene un nuevo misil balístico con un alcance de 2.000 kilómetros que puede llegar a Israel y a las bases de EEUU en Oriente Próximo.