"Los rifeños no somos nómadas. Nuestros padres, nuestros abuelos... Todos nuestros antepasados han vivido siempre en casas, no en tiendas de campaña como tenemos que estar nosotros". Mustafá, un campesino, expresa así el agotamiento y la humillación que para miles de habitantes de Alhucemas supone seguir viviendo en tiendas cuando ya se ha cumplido un año del terremoto que el 24 de febrero del 2004 devastó la región y mató a 629 personas.

Pese a las promesas del Gobierno de Marruecos, que anunció un plan Marshall para reconstruir esta región, un año después sólo 3.000 de las 12.000 casas destruidas se han reconstruido. En Imzurén, la ciudad más castigada por el terremoto, aún se ven decenas de edificios con una peligrosa inclinación o atravesados por enormes grietas.

Enorme campamento

En la explanada a la entrada de Imzurén, donde hace un año se instaló un enorme campamento para varios miles de personas afectadas por el terremoto, ya sólo quedan una veintena de tiendas. La mayoría de afectados han regresado a sus casas agrietadas o se han instalado en viviendas de familiares.

En ese descampado ya sólo permanecen los parias: 27 familias que no tienen nada; gente que cuando se produjo el temblor de tierra vivía con alquileres muy bajos.

El tiempo y el deterioro han convertido esas tiendas en chozas destartaladas, en las que viven personas como Jaduch Aberkán, una mujer que trabajaba como criada y quedó paralítica en el seísmo. El temblor derrumbó la casa en la que servía y todos murieron menos ella. Apenas recuerda nada. Sólo que pasó un mes inconsciente en el hospital y que, cuando despertó, no podía caminar. De hecho, una tía suya tuvo que sacarla del hospital colgándosela a la espalda y le consiguió una tienda por la que, desde hace casi un año, Jaduch se arrastra rodeada de arena y miseria. "El Estado --clama-- nos ha abandonado. Yo quedé inválida con el terremoto y ni tengo casa ni recibo ningún tipo de ayuda".

Desde el suelo, sentada sobre sus piernas inertes, Jaduch se queja de su vida miserable: "Al no poder andar, como, rezo, me lavo y hago mis necesidades en la tienda".

Juanto a Jaduch vive su prima, que hace tres meses dio a luz en la tienda a Zahía, una niña que no ha podido escapar al frío helador de las noches rifeñas y que ha caído enferma.

Un año después, los pueblos de Alhucemas cicatrizan como pueden las heridas que dejó el temblor. Algunos han acabado por aceptar las ayudas del Estado: 3.000 euros por vivienda destruida. Pero ese montante sólo llega para construir una plataforma de cemento, pilares, las paredes exteriores y el techo. Nada de puertas, ni ventanas, ni tabiques, ni cocina, ni baño.

Alí el Musek, un habitante de Tazaguín, un pueblo de 400 habitantes, es uno de los afectados a los que se les está reconstruyendo la vivienda. "El problema es que no tengo dinero para completarla. ¿Con qué voy a pagar si estoy arruinado entre el terremoto y la mala cosecha?", dice.

La precariedad de esas ayudas del Gobierno ha hecho que los habitantes de la comuna de Imerabtén rechacen el dinero ofrecido. "Nosotros no pedimos dinero; pedimos una casa y está claro que, con la ayuda que dan, una casa no se puede construir", dice Mustafá, un habitante de esa comuna. Mustafá relata la lista de calamidades que está sufriendo la región: "En noviembre del 2003 tuvimos unas inundaciones; en febrero del 2004, el terremoto y, desde entonces, la sequía. Merecemos algo más que esa miseria que nos quieren dar".

"No hay higiene"

La gente está agotada. "Por la noches hace un frío terrible, en las tiendas no hay higiene, no se pueden lavar bien ni las personas ni la comida; muchos niños y mujeres están cayendo enfermos con diarreas y problemas pulmonares", dice Ahmed, un enfermero.

El seísmo y la escasa confianza en las promesas del Gobierno han dado la puntilla a una región olvidada, desatando una auténtica oleada de emigración a otras regiones del país. "Mucha gente --explica el enfermero-- se ha ido a vivir a Tánger o Tetuán. Aquí sólo se queda el que no puede irse".