"Viva Chile, mierda!". El grito del presidente Sebastián Piñera, acompañado por las voces desatadas de todo el equipo de rescate, de Luis Urzúa, el último de los mineros en salir de las tinieblas; de todo un país y también de una multitud planetaria, retumbó en la fría noche del miércoles con una fuerza épica que no admitía suspicacia. Fue el final feliz de una historia que incluye numerosas historias. Algunas llegarán a las pantallas y los libros. Otras se perderán, como el polvo del desierto. Y algunas será mejor no exponerlas.

La palabra "mierda" en boca del atildado y formal Piñera, representante de una coalición política que mezcla las pretensiones aristocráticas y las loas al libre mercado, da cuenta de que cómo la ascensión de los 33 de Atacama, con todos sus componentes simbólicos, místicos y políticos ha desbaratado el orden social. Y este no es un dato menor para un país respetuoso de sus estratos, donde no es lo mismo ser un hombre de la alcurnia castellana o un cuico (rico) que un roto, universo social al que pertenecen los mineros.

La interjección que acompañó al "Viva Chile" del mandatario ha sido siempre patrimonio de la izquierda (y por eso sorprendió tanto). Ha sido gritada en otro drama político, en un día de octubre, pero de 1970. Cuando el Congreso eligió a Salvador Allende presidente, el diputado socialista Mario Palestra no pudo contener la euforia.

La parábola de los mineros ha calado hondo en una sociedad acostumbrada a los desastres. Tres días después del derrumbe se los había dado por muertos. Y de repente, resucitaron. La noticia fue explicada en claves milagrosas y sacó a los chilenos a las calles, a hacer sonar sus bocinas, como si hubieran ganado el Mundial de fútbol. La esperanza mueve fibras íntimas.

"En Santiago, la capital del reino de Chile, en el momento del gran temblor de la tierra de 1647, en el que perecieron muchos miles de personas (...). Allí había un montón de muertos, allí gemía aún una voz entre las ruinas, allí gritaba la gente desde los tejados en llamas, allí luchaban los hombres y bestias con las ollas, allí se esforzaba un valiente por salvarlos, allí había otro, pálido como la muerte, que alzaba silenciosamente al cielo sus manos temblorosas". Las escenas descritas por Heinrich von Kleist, uno de los fundadores del romanticismo alemán, y uno de los primeros estudiosos de Chile, podrían hablar del presente. Entre otras cosas porque se han repetido cíclicamente. La última vez, el pasado 27 de febrero.

El sentimiento de fatalidad está en la piel de la gente. Luis Risco, subdirector del departamento de Psiquiatría del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, sostiene que la identidad nacional está profundamente ligada a los temblores. Eso ha generado una suerte de estoicismo. "Estamos acostumbrados a que todo se venga abajo cada 25 años. Los hechos del 5 de agosto fueron un desastre a pequeña escala. Cuando cundía la resignación, se hizo la luz y el túnel empezó a perforarse".

Cultura sísmica

El último terremoto tuvo, además de pérdidas económicas y de vidas, un efecto paralelo: iluminó el lado oculto del modelo económico chileno, tan ponderado por el FMI. Las casas de adobe cayeron como metáforas de la desigualdad, la frontera impenetrable para el país high tech.

El sociólogo Manuel Garretón, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, recordó entonces que Chile es un Estado muy centralizado y jerárquico. Un espejo de su estructura social. Todo se decide en Santiago. No existe una sociedad civil organizada. La cultura sísmica es una suma de individuos que piensan por y para sí. En los 20 años de gobiernos de la Concertación Democrática no han sido cuestionados los cimientos individualistas que se forjaron durante la dictadura: el valor del esfuerzo personal por encima de otra consideración.

El derrumbe de la mina San José de Atacama, escenario de durísimas luchas sociales y martirios a lo largo del siglo XX, puso sin embargo en tela de juicio la cultura del "sálvese quien pueda". Sebastián Piñera, emblema del self made man, dueño de una fortuna de 1.500 millones de dólares, apareció en el desierto como la imagen de una paradoja política. Según Max Colodro, analista de la Universidad Adolfo Ibáñez, "logró disolver la idea de que este es un Gobierno vinculado a la clase alta y el mundo empresarial". A la vez, instaló "una alianza fuerte entre el mundo popular y el Gobier-