La noche del domingo fue la soñada por Víktor Orbán. En unas elecciones que se alargaron más de lo previsto, el controvertido primer ministro ultraconservador volvió a coronarse al obtener el 49% de los votos, que permitirán a su partido, Fidesz, hacerse con los 133 escaños del Parlamento húngaro necesarios para una mayoría absoluta que le permita modificar la Constitución a su antojo.

Sin embargo, el deseado resultado de los comicios también está plagado de dudas. Así lo denunciaron ayer los observadores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) desplegados por Hungría. «La retórica intimidatoria y xenófoba, el sesgo mediático y la financiación opaca de las campañas han limitado el espacio para un debate público genuino, obstaculizando la capacidad de los votantes para tomar una decisión plenamente informada», reza su informe.

Los observadores remarcaron su preocupación por la televisión pública, que con la difusión de mensajes nacionalistas e islamófobos «ha favorecido claramente al partido del Gobierno». Desde su regreso al poder en el 2010, Orbán se ha servido de sus mayorías absolutas para endurecer las leyes y el control sobre los medios de comunicación y para depurar los medios públicos de voces críticas. Además, la principal televisión privada del país, RTL KLUB, difundió ayer un audio en el que supuestos miembros del Fidesz hablan de la compra de votos en Pécs, en el sur del país.

El autocrático tejido de corrupción que envuelve a Orbán también preocupa a los observadores, que ven en el uso reiterado que el Gobierno ha hecho de fondos públicos para pagar sus «campañas de información» un peligro que «socava la capacidad de los candidatos para competir en igualdad de condiciones». Dos semanas antes de las elecciones cientos de carteles con mensajes contra los inmigrantes aparecieron en las calles húngaras, ensalzando así el discurso electoral de Orbán, especialmente agresivo.