No es cartón piedra recubierto de oro todo lo que reluce en el balneario de Sharm el Sheij. Cierto, hay hoteles faraónicos, pirámides de madera y casinos, coches de lujo, sol, playas, piscinas, circuitos de karts y todo lo que un turista occidental pueda desear para disfrutar unos días en un supuesto paraíso terrenal y exótico construido a propósito para que, al menos, lo parezca. Pero para que todo ello funcione, un ejército de trabajadores egipcios se instala temporalmente --dependiendo de la duración de su contrato-- en esta ciudad artificial, que por no tener no tiene ni cementerio. Es en este colectivo de trabajadores donde hay que buscar a la mayoría de víctimas de los atentados del pasado sábado.

Albañiles en paro

Son camareros, recepcionistas, vendedores de recuerdos, empleados de hoteles y restaurantes, taxistas, obreros de la construcción, cantantes, actores, funambulistas... Gente procedente del resto de Egipto, que dejan familia y hogar tras de sí por unos sueldos no demasiado boyantes pero, en cualquier caso, mejores que los que se pagan en El Cairo y otras partes del país. Por algo el complejo de Sharm el Sheij es el gran invento y la joya de la corona del rey sin sangre real egipcio, el presidente Hosni Mubarak.

Mohamed, albañil de 28 años, es uno de estos trabajadores. Calzado con unas sandalias que han visto tiempos mejores, aguarda junto a una veintena de paisanos de una localidad cercana a El Cairo en los alrededores de la estación de autobuses del balneario. Tenía un contrato de un mes para trabajar en una obra del Hotel Sheraton, pero tras los atentados todo se acabó: el trabajo, el dinero y, por tanto, la estancia en Sharm el Sheij.

"Llevaba sólo una semana trabajando, pero el patrón nos ha dicho que tras los atentados la obra se para", explica Mohamed, rodeado por un corrillo de sus compañeros. Eso sí, ninguno de ellos piensa irse hasta que no les paguen la semana de trabajo. "Cobramos 25 libras al día", aclara el albañil. Al cambio, eso son cuatro euros por diez horas de trabajo. El grupo de albañiles deja pasar el tiempo tumbado en el suelo a la sombra de un edificio del barrio de Noor, situado en unas callejuelas alejadas de la carretera principal que une todos los hoteles de Sharm el Sheij. El lugar es una sucesión de casas bajas de escasa calidad, pequeñas, en calles sucias y con abundantes rastros de basura. Nada que ver con el lujo de los hoteles para turistas, pero mucho mejor que la miseria extrema de otras muchas partes de Egipto.

El espíritu

El espíritu de Sharm el Sheij se resume en dos imágenes: un gran mural de líderes occidentales, palestinos e israelís durante una de las múltiples conferencias de paz celebradas en el balneario y un grupito de adolescentes italianos, rusos y alemanes bailando frente a una piscina mientras tres egipcios efectúan malabarismos con unos sables de plástico al son de una canción de Ricky Martin. Con todos sus defectos y artificios, Sharm el Sheij es un intento serio de crear prosperidad en una zona pobre.

Por eso, los atentados son una pésima noticia para los trabajadores del complejo turístico de Sharm el Sheij. A decenas de ellos --aún no se sabe la cifra exacta de muertos, tal vez porque son egipcios-- las bombas los mataron el sábado. A los otros miles, amenazan con dejarles sin trabajo.