Cuenta el periodista palestino Imad Ifrangie que en 1992, cuando Israel deportó temporalmente al sur del Líbano a 400 activistas de Hamás, los libaneses de las aldeas donde recalaron escondieron a sus mujeres y a sus hijas. Acostumbrados a los excesos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), para algunos fue como si llegara un nuevo contingente de las hordas pendencieras de Genghis Khan. Sin embargo, al entrar en contacto con aquellos barbudos, descubrieron un tipo de palestino distinto: "Un palestino bueno, profundamente creyente, respetuoso con la sensibilidad local y dispuesto a echar una mano".

El Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás o celo en árabe) cumplió ayer 20 años de su nacimiento al inicio de la primera Intifada. Un aniversario agridulce. Marginados por la comunidad internacional, enfrentados con la presidencia palestina e incapaces de sostener la economía de Gaza por el cierre israelí de las fronteras, son conscientes de que pierden popularidad a marchas forzadas.

La senda de Erdogan

"Nunca deberíamos haber ganado las elecciones", afirma el diputado Islam Shawán, de 60 años y uno de los miembros fundadores de Hamás. "Yo dije entonces que era preferible entregar el Gobierno a Al Fatá porque Occidente y los países árabes no nos entenderían. Hubiera sido mejor ir paso a paso, como Erdogan en Turquía". Lejos quedan los días en los que Shawán se reunía, "siempre en casas y en secreto", con el jeque Ahmed Yasín --el guía espiritual de Hamás, que asesinado por Israel en el 2004-- para planificar la "resistencia cívica" de la primera Intifada.

"Inicialmente estaba prohibido matar civiles. Pero eso cambió después de la masacre de Hebrón", explica en alusión a la matanza cometida por el extremista judío Baruch Goldstein en la mezquita de los Patriarcas. Goldstein mató a 29 palestinos en 1994 y Hamás empezó a enviar suicidas a Israel.

Para muchos palestinos, las nuevas tácticas empleadas por los islamistas --secuestros de militares, túneles, atentados suicidas y más tarde los Qassam-- fueron una revelación, una forma de restaurar el orgullo de los miles de muertos palestinos. "Además, predicaban con el ejemplo", apunta el periodista Imad Franjie, "sus dirigentes y los hijos de sus líderes mueren en las operaciones y las represalias israelís".

Más allá del aspecto militar, que acabó condenando a Hamás a la lista de grupos terroristas, es su cercanía con el pueblo, la condición humilde de sus dirigentes y su red asistencial --colegios, hospitales o asociaciones deportivas-- la que conquistó el corazón de los palestinos. "Su eficiencia y proximidad creó una especie de hombre nuevo, el palestino bueno", opina Franjie. Esa imagen se desmoronó cuando Hamás no tuvo reparos en matar de la forma más cruel a docenas de activistas y policías de Al Fatá. Ahora Hamás, nacido de la Hermandad Musulmana egipcia, está en la encrucijada. Dentro del partido viven dos corrientes: los tradicionalistas --mayoritarios-- y los reformistas. Los sectores más extremos del primer grupo defienden posturas cercanas a la red terrorista de Al Qaeda. Los reformistas, representados por Islam Shawán, el exprimer ministro Ismail Haniya, su asesor Ahmed Yusef o el segundo de mando en Siria, Musa Marzuk, quieren que Hamás siga los pasos de Erdogan. Estos últimos abjuran de los atentados suicidas, inexistentes desde hace tres años, están dispuestos a pedir perdón a Mahmud Abbás para volver al Gobierno y a apoyarle en la negociación con Israel. "Todo Hamás acepta un Estado en las fronteras de 1967 y una tregua de larga duración", afirma Shawán. "No queremos reconocer a Israel hasta que demuestre que podemos fiarnos".

Minoría en el partido

Shawán admira a Occidente y a figuras histórica como Gandhi y Mandela. Pero los reformistas siguen siendo minoría en el partido, que dirige desde Siria Jaled Meshal, dirigente que se sitúa entre las dos corrientes. "Es una pena, pero el embargo y la marginación internacional, sumada al bloqueo israelí, refuerzan los sectores más extremistas". El problema, dice, es el aislamiento. "Esta gente ha vivido oprimida. Si pudieran vivir un año en Europa cambiarían radicalmente".