La luz crepuscular se filtra entre los árboles de la ribera del río, de donde llega el sincopado remar de las barquitas y el arrullo de los pájaros. Todo invita al amor en el pequinés parque de Zhong Shan, al norte de Tiananmen. Como cada domingo y cada jueves, unas 300 personas se afanan en encontrarlo para sus hijos e hijas.

Los grupúsculos remiten al intercambio dominical de cromos en el barcelonés mercado de Sant Antoni. Los padres sujetan papeles con una sucinta presentación de sus vástagos. Nunca falta la edad, del candidato, la estatura y el trabajo. El perfil ideal aunaría una altura superior a 1,70, funcionario o empleado en solvente empresa extranjera y menor de 30 años.

El interés mutuo inicia la conversación, el intercambio de fotos y, si hay suerte, de teléfonos y promesas de citas. A veces son fotos sueltas; otras, catálogos que parecen de modelos. Ellos posan estudiando, haciendo deporte o con uniforme militar. Ellas, sensuales pero no frívolas.

El hijo de Liu Chan es un abogado de 27 años. "Cuando yo era militar no tenía tiempo para buscar novia, y él tampoco lo tiene. La soltería de nuestros hijos nos preocupa a todos los padres. El aún es joven, pero el noviazgo dura unos dos años. Tiene que espabilar". Liu busca una chica con trabajo estable y simpática. En las ciudades chinas se ha popularizado esta caza paternal de parejas. Los jóvenes acaban su larga jornada laboral exhaustos, y el día de descanso semanal lo ocupan la familia y los amigos, así que ampliar el círculo social es una utopía.

A eso se le añade una ancestral mentalidad que 20 años de apertura económica no han logrado cambiar. Una boda es un éxito y un vástago soltero de 30 años es un oprobio social. En Zhong Shan, sus padres se buscan en los márgenes, conscientes de que el material con tara que ofrecen solo es intercambiable por otro análogo.

Una mujer se acerca a gritos, con el carnet del Partido Comunista. Dice que está prohibido informar y de su bolso salen decenas de leyes y permisos que debo pedir yo, mi diario y mi embajada si quiero regresar. Sugiere llamar a la policía y decido ocultar la razón de mi presencia.

"Periodista español. Empleado en solvente empresa extranjera. 31 años, pero con buena salud". El papel no onvence. Ni siquiera me deja ver fotos. Repite que soy demasiado viejo para su niña de 27 años.