El Partido Comunista de China (PCCh) inaugura hoy su 19º congreso con el objetivo de renovar sus órganos de poder y diseñar las estrategias para los mayúsculos retos sociales, económicos y globales. No es una agenda despreciable, pero sorprenderá que la cita no acabe jibarizada a la confirmación del poder de Xi Jinping. La política china se lee en clave presidencial desde que su irrupción en el congreso anterior arrasara con la tradicional gestión colectiva del Gobierno.

El partido que nació en Shanghái en un congreso con apenas 13 participantes, entre ellos un jovencísimo Mao Zedong, es ya el mayor club del mundo, con casi 90 millones de afiliados. La teoría dice que los casi 2.300 delegados llegados a Pekín elegirán a los 205 miembros del comité central, a los 25 del politburó y a los siete del comité permanente. La casuística apunta a que la confección de este, el timón gubernamental, ya se ha cerrado.

También la casuística sugiere que solo Xi y Li Keqiang, vicepresidente, aguantarán un mandato más. Pero la rumorología señala que los corsés de la edad que dictan el retiro se le hacen inaguantables a Xi y que podría prorrogar la estancia de Wang Qishan, el zar contra la corrupción y uno de sus principales aliados. Si Wang aparece en el tradicional paseíllo que cierra el congreso y presenta al nuevo comité permanente, se confirmará que Xi ha roto esa ley no escrita de la jubilación forzada y tomarán aún más cuerpo los rumores de que pretende un inédito tercer mandato.

Xi es ya el líder con más poder desde Deng Xiaoping, el clarividente arquitecto de la China moderna. Los indicios apuntan a esa dirección: era costumbre que el presidente, tras su primer mandato, ungiera a un sucesor para que fuera fogueándose. Las candidaturas siguen vacantes después de que fuera cesado recientemente Sun Zhengcai, único delfín que asomaba en el horizonte. No fue por la rutinaria corrupción sino por arrastrar los pies en el cumplimiento de las órdenes de Xi. El mensaje quedó claro: la sana democracia interna del partido que impuso Deng es pasado.

Las quinielas sobre cuántos de su cuerda colará Xi en el comité permanente y los sesudos debates sobre su verdadero poder han monopolizado la atención mediática. ¿Revela el estomagante culto a la personalidad de Xi su fuerza o su debilidad? ¿Conservan alguna influencia el clan de Shanghái y la Liga Juvenil del partido, liderados respectivamente por los expresidentes Jiang Zemin y Hu Jintao? Solo el paseíllo finiquitará las dudas.

CORRUPCIÓN / Las voces oficiales explican que el sensible contexto interno y externo requiere un líder fuerte y liberado de los tortuosos debates de antaño. Ese contexto será radiografiado en el discurso inaugural del presidente. Hu Jintao mencionó la corrupción 16 veces en el anterior congreso y es más que probable que Xi incida en esa lucha que le ha permitido librarse de rivales y granjearse el cariño popular.

En la hoja de ruta figuran las reformas liberales de la economía que Pekín ha anunciado durante años pero siguen trabadas por el poder de las poco productivas empresas estatales. Se espera que Xi anuncie medidas para acelerar el tránsito del modelo de fábrica global a otro basado en la tecnología y alto valor añadido. Y que incida en el concepto de «sueño chino» que acuñó para aludir a una prosperidad razonable de toda la población.

La historia ha colocado en Pekín a un presidente ambicioso y ajeno al perfil tecnócrata del gremio político chino cuando la dejación de funciones estadounidense ha empujado al país al centro del escenario global. El mundo mira a China como la garante del libre comercio y la defensa medioambiental y el necesario contrapeso al egoísmo de Donald Trump.