Los resultados parciales hechos públicos hasta ahora en Marruecos confirman que el partido islamista Justicia y Desarrollo (PJD) ha ganado las elecciones legislativas de ayer, según las cifras de la agencia oficial marroquí MAP.

Con 51 escaños atribuidos hasta el momento, el PJD logra 18 frente a los ocho del Partido Autenticidad y Modernidad (PAM, cercano al palacio), y una cifra similar para el partido nacionalista Istiqlal (PI). Los 51 escaños son todavía un resultado muy parcial, toda vez que la cámara cuenta con 395 asientos.

A las 03.30 de la madrugada (misma hora GMT), la agencia oficial ha dejado de ofrecer resultados. El PJD, basándose en los recuentos de sus interventores, ha asegurado esta mañana que tienen "al menos 80 escaños confirmados", según Lahcen Amrani, portavoz del partido.

Amrani ha añadido que su partido ha conseguido escaños "en todas las regiones del país, también en zonas rurales donde antes estábamos ausentes", y ha citado varias provincias del sur del país.

Se espera que el ministro del Interior Tayeb Cherkaui, comunique en la jornada de hoy los resultados definitivos. Varios diarios locales apuntan que el PJD ganará 100 escaños de un total de 395 de la Cámara de representantes (Cámara Baja).

La tasa de participación del electorado ha alcanzado un 45% del total de votantes inscritos en las listas electorales, más alta que la conseguida en las anteriores (37%) pero todavía muy baja, pues traducido a los mayores de 18 años significa que solo votó el 28,5 % del total.

Con los resultados de las elecciones de ayer, viernes, Marruecos se convierte en uno más de los países árabes donde unas elecciones son ganadas por un partido islamista, como ya ha sucedido en Túnez y probablemente suceda en Egipto.

Durante décadas, desde la derecha y la izquierda se ha utilizado en el país la tesis de "la excepción marroquí" para recordar que en Marruecos no cabe emplear los mismos argumentos que en los demás países árabes por razones históricas y por la particularidad de la monarquía.

Sin embargo, las cadenas de televisión árabes, que se siguen en Marruecos con la misma fruición que en Jordania o Irak, el ascenso de los partidos de referencia islámica y la emergencia de generaciones jóvenes más influidas por modas y corrientes árabes que europeas indican más bien lo contrario.

La tan cacareada "primavera árabe" también llegó a Marruecos en febrero, con su lote de manifestaciones callejeras y de exigencia de mayor democracia. Y como en los demás países, este fenómeno aguantó el verano y también el otoño, pues el movimiento democratizador, bautizado como "20 de febrero", ha conseguido tener una presencia no masiva pero sí continuada en casi todas las ciudades grandes y medianas del país y ha encabezado un "frente del boicot" en las elecciones de ayer.

Como recordaba recientemente el profesor de Ciencias Política Mohamed Madani, hay en los últimos años, y particularmente en los últimos meses, un cambio fácilmente perceptible en la sociedad marroquí: la menor tolerancia a la corrupción y una relación más equilibrada del ciudadano con el Estado que ya no se basa únicamente en el miedo. En esto, tampoco Marruecos es la excepción.

Madani añadía que todos los países árabes, y no solo Marruecos, han utilizado el pretexto de su "excepcionalidad" para bloquear y retrasar la democracia, arguyendo razones religiosas, étnicas, de seguridad o geoestratégicas para justificar la necesidad de regímenes autoritarios.

Marruecos fue el único país árabe que no cayó bajo el Imperio Otomano, y es el país donde una "gran minoría" étnica no árabe, en este caso los bereberes, ha mantenido su identidad cultural y lingüística a lo largo de los siglos. Curiosamente, el partido que se alzó con la victoria en las elecciones de ayer proclama su admiración por el "modelo turco", y hasta su nombre (Partido Justicia y Desarrollo, PJD) es exactamente igual que el partido en el gobierno en Turquía.

También en esto el PJD se parece a otros movimientos islamistas árabes, como el tunecino Al Nahda, que no ha ocultado sus coincidencias con el partido de Recep Tayyep Erdogan en un modelo que los islamistas gustan de comparar con el de los partidos democristianos europeos. Este modelo consiste básicamente en el respeto inequívoco de las formas democráticas y la legitimidad de un estado con instituciones civiles, junto a la protección o el fomento de la identidad islámica en la sociedad.

Sin embargo, también en estos días algunos analistas han alertado contra esa "fácil asimilación" entre modelos que parten de circunstancias muy diferentes: si los turcos de Erdogan trabajan por "islamizar" un estado que se proclama laico, en Marruecos el estado nunca fue laico y el Rey, que detenta la mayor parte de poderes civiles, tiene al mismo tiempo la autoridad religiosa.

Tradicionalmente, el Palacio se apoyó siempre en el Marruecos rural (fundamentalmente bereber) para asentar su poder y lograr su legitimidad, pero el Marruecos urbano cada vez tiene más peso y es aquí donde el PJD tiene mucho más predicamento, en línea una vez más con lo que sucede en la órbita árabe.