Sebastián Piñera volvió a apostar fuerte y, como en sus épocas de sagaz financiero, jugó en este derrumbe buena parte de su capital político. El presidente viajó en cuatro oportunidades a Copiapó. Ni siquiera durante el terremoto de finales de febrero, que lo pilló en los preparativos de su investidura, tuvo tanto protagonismo. Su última y más rutilante aparición se conoció el domingo pasado. El mandatario decidió viajar al norte chileno a pesar de enfrentarse a una difícil situación familiar: en el momento en que atravesaba el cielo en dirección a Aatacama, su suegro, Eduardo Morel, moría en una clínica de Santiago.

Mientras en los medios solo se hablaba ayer de la suerte de los mineros, y de los micrófonos brotaban testimonios que convocaban al llanto, los hombres del presidente trataban de analizar los hechos con frialdad política. La última medición de popularidad situaba al jefe de Estado con apenas un 45% de aceptación tras apenas seis meses en el poder. La derecha cree ahora que lo ocurrido en Copiapó otorga una oportunidad inmejorable para relanzar al Gobierno.

Seguridad laboral

Pero más allá de las especulaciones políticas y del rescate, Chile se prepara para asistir a un debate muchas veces soslayado sobre las condiciones laborales. El excandidato presidencial, Marco Enríquez- Ominami, reclamó una ley que castigue delitos a la seguridad laboral. "Si el Estado no protege a los trabajadores nadie lo hará", advirtió. Hernán Rivera Letelier, escritor y exminero, coincide en el diag- nóstico: "La pequeña minería sigue siendo como en la Edad de Piedra".