El cura lo bendijo. Los obituarios de familiares y amigos lo presentaron como un hombre fuera de serie. El Ejército lo despidió con formalidad. Y tras la misa, las salvas y el paseo ante miles de manos que le decían adiós, el féretro de Augusto Pinochet fue subido a un helicóptero.

No hubo cortejo, como había anhelado la familia. El Puma hizo girar sus hélices y abandonó la Escuela Militar con destino a la base de la ciudad costera de Concón. De allí fue a un cementerio privado donde el cuerpo esperaba ser incinerado. Las cenizas quedarán guardadas en una ánfora, posiblemente en su finca de Los Boldos, lejos de la monumentalidad alguna vez soñada.

Las exequias volvieron a evidenciar el abismo entre los defensores del golpe del 11 de septiembre de 1973 y aquellos que condenan las graves violaciones a los derechos humanos perpetradas a lo largo de 17 años.

Pinochet había sido velado en una capilla ardiente a lo largo de casi un día. Por la Escuela Militar pasaron todos sus colaboradores --alguno de ellos bajo proceso--, personajes de la derecha que en los últimos tiempos le habían dado la espalda porque su nombre no daba réditos electorales, y 50.000 simpatizantes.

"MARXISTAS MARICONES" "Garzón maricón", "marxistas maricones", "No lo condenaron", "Libertador", "Bachelet huevona " fueron algunas de las palabras más amables que se dijeron a lo largo de la vigilia.

La misa comenzó a las 11 de la mañana. Unos 3.000 invitados siguieron un acto que comenzó cuando la orquesta y el coro interpretaron un extracto de Tannhauser , la ópera de Richard Wagner que tanto le gustaba a Adolf Hitler y Josep Goebbels. "Kiryeleison-", se cantaba luego, cuando la ministra de Defensa entró en escena. Vivianne Blanlot había estado antes con Lucía Hiriart, a quien le dio el pésame en nombre del Gobierno.

Cuando la concurrencia advirtió la presencia de Blanlot, esta fue blanco de una intensa rechifla. Los insultos taparon a la orquesta. "Vete", bramaron. La ministra, vestida de blanco, permaneció imperturbable.

El dictador Pinochet fue retratado como el "mejor" de los "presidentes" que había tenido Chile. "Padre de la modernización", dijo sobre Pinochet su exministro Carlos Cáceres. "Nunca lo condenaron porque le asistía la verdad", señaló el representante de los generales retirados.

Mientras tanto, otra realidad se vivía a pocos kilómetros. Unas 3.000 personas hicieron su propia catarsis por la muerte del dictador en la plaza de la Constitución, frente al Palacio de la Moneda. "Carnaval, ha muerto el criminal", cantaron. En principio, se trató de un homenaje de la izquierda y de los organismos defensores de los derechos humanos a Salvador Allende. Pero derivó en una celebración de la muerte de Pinochet. "A ese se lo llevó el diablo, porque con Dios, ni cagando", dijo uno. Y otro: "La justicia divina se cansó de esperar a los jueces de la tierra".

SIN RELEVANCIA Desde el Gobierno, su portavoz, Ricardo Lagos Weber, trató de restarle dramatismo a la situación. "Pinochet ya no tiene relevancia", dijo. Esa opinión se reflejaba también en las calles. Cerca de La Moneda, cientos de personas protestaban por las altas tasas de interés de los créditos hipotecarios. Y los parroquianos estaban más preocupados por la final de la Copa Suramericana.

Pero el choque entre las dos Chiles era real. El sociólogo Eugenio Tironi reflexionó: El dictador ya no está "pero esas misteriosas fuerzas" que lo hicieron posible "siguen entre nosotros".