En el número 12 de la calle de Saeb bin al Awuán, en la ciudad jordana de Zarqa, en el polvoriento barrio de Hay Kassarat, se alza una casa de dos plantas rodeada por un pequeño muro del que sobresalen cuatro olivos. La puerta es blanca con celosías verdes y, frente a ella, hay aparcado un coche rojo. Parece una humilde casa más de esta humilde ciudad, pero no lo es. Ningún coche puede detenerse ante ella sin que las fuerzas de seguridad jordanas le inviten a circular. Nadie desconocido puede llamar a esa puerta. Es la casa donde vivía la familia de Abú Musab al Zarqaui.

"Ahora sólo vive su hermano, que trabaja en el ayuntamiento. Su mujer desapareció un día y nadie sabe dónde está", explica Abú Isam, dueño de una cafetería en Zarqa, una población de 500.000 habitantes con una gran comunidad de refugiados palestinos. "Para conocer a Zarqaui es muy importante conocer Zarqa. Es una ciudad muy violenta, con un alto índice de criminalidad, rodeada de cuarteles y una gran refinería. No hay instituciones culturales y la ciudad fue duramente golpeada por la crisis económica a mediados de los 90", explica el periodista jordano Mohamed Abú Roman.

Zarqa goza de una dudosa doble reputación en Jordania: ser la ciudad más pobre del país y la que reúne a más delincuentes. Su aspecto es muy parecido al de un campo de refugiados palestinos de Cisjordania: calles polvorientas, casas con los tejados sin acabar, casi todas las mujeres con la cabeza oculta por pañuelos, ruinas y basura acumulada. "La mayoría de los jóvenes se ven abocados a las drogas y a la delincuencia, o al fanatismo religioso. Y además de la enfermedad social de la pobreza, ahora hay tendencias políticas que les llevan al radicalismo: la situación en Palestina, la guerra de Irak, el sentimiento de agresión contra lo musulmán por parte de Occidente...", dice Abú Roman.

Musaf vende coranes y cintas con versículos del libro sagrado musulmán en Hay Kassarat. Dice no temer a los servicios secretos jordanos que "han ocupado la ciudad" y, por eso, expresa sin tapujos su admiración por Zarqaui. La noticia, publicada en una web asociada a Al Qaeda, de que Zarqaui ha sido herido en Irak ha llenado de preocupación a la mayoría de los antiguos vecinos del terrorista. "Estamos preocupados porque le queremos y, desde que nos enteramos de la noticia, rezamos por él como Al Qaeda nos ha pedido a los fieles", señala Musaf, asumiendo una actitud muy común en Zarqa.

Contradicciones

La ciudad vive el fenómeno Zarqaui de forma contradictoria. Para muchos, como Abú Isam o como un conductor de autobús, temeroso de dar su nombre, que dice haber sido amigo del terrorista, el Zarqaui cuya cabeza vale 25 millones de dólares (19,8 millones de euros), es "una mentira, un fantasma, un invento americano". Para otros, como Musa o el anciano enfermo de cáncer sentado frente a la mezquita de Al Falah --donde Zarqaui empezó su transformación de camorrista a islamista--, su vecino es un "héroe".

"En caso de que realmente sea él quien comete todos esos atentados --dice con escepticismo Abú Isam--, lo que hace no es peor que lo que hace Sharon en Palestina o EEUU en Irak. No estoy de acuerdo en matar civiles, pero sí en luchar contra la agresión americana. Estados Unidos merece ser atacado porque también ha matado a muchos civiles".