La fragilidad interna del régimen iraní, evidenciada estos días con las divisiones en su cúpula y la contestación en las calles al controvertido desenlace de las elecciones, se ha revelado en un mal momento. Los últimos acontecimientos en Oriente Próximo no favorecen los intereses iranís en la región. El acercamiento de EEUU a Siria, el nombramiento del delfín de Arabia Saudí, Saad Hariri, como primer ministro del Líbano, y la posible reconciliación de las facciones palestinas se auguran como un revés para la influencia de Teherán en el Levante árabe.

La cooperación entre Irán y Siria --vecinos fronterizos de Irak y principales patrones de Hizbulá en el Líbano y de Hamás en Palestina-- se remonta a décadas atrás. Siria es su único Estado aliado en la región. En los últimos meses, sin embargo, Damasco empieza a abandonar su condición de Estado paria.

Esta semana Washington anunció que reenviará a su embajador a la capital siria tras cuatro años de vacío. Ambos países se necesitan. El régimen de Bashar al Asad, acuciado por graves problemas económicos, está ansioso por ser socio de Occidente. Y tiene la llave para cerrar su frontera a la entrada de yihadistas en Irak y para forzar a Hamás, a cuya cúpula alberga en Damasco, a aceptar tanto el ultimátum egipcio para la reconciliación con Al Fatá como la oferta israelí para el canje de prisioneros.

Esa reconciliación se abordará el 7 de julio en El Cairo. Y esta vez las perspectivas son buenas. Los rumores en torno a la inminente liberación --después de tres años de cautiverio-- del soldado israelí Gilad Shalit, ligada a la apertura de las fronteras de Gaza, y la rara visita del presidente palestino, Mahmud Abbás, a Damasco apuntan a un posible acuerdo. De producirse, Hamás dejaría de tener el monopolio en Gaza, una plaza que le ha servido a Irán para tensar el músculo con Israel y Occidente.

PASO ATRAS EN EL LIBANO El otro revés para los intereses iranís ha sido el nombramiento, ayer mismo, de Saad Hariri como primer ministro del Líbano. Hariri es muy crítico con la influencia que Teherán ejerce en el país a través de Hizbulá. El dirigente suní quiere integrar a la oposición en un Gobierno de unidad nacional. Pero, pase lo que pase, Hizbulá seguirá teniendo un poder omnímodo en el Líbano.

Todo ello podría desembocar en una mayor estabilidad regional y en una victoria coyuntural para los intereses occidentales. Dependerá en gran medida de la reacción iraní. La intención del presidente Mahmud Ahmadineyad de tensar la cuerda con Occidente no invita al optimismo. Sin su cooperación será muy difícil pacificar Irak y Afganistán, Líbano y Palestina.