AEmmanuel Macron le va a costar trabajo convencer a los franceses de que no es el presidente de los ricos. Sobre todo si sigue tratando con desdén a los más desfavorecidos, como ocurrió el pasado miércoles durante la visita que hizo a un centro de formación de Égletons, al sureste de Limoges, para presentar la reforma de la formación profesional que en breve aprobará el Gobierno.

El recibimiento del presidente no fue precisamente festivo. A la entrada del complejo le esperaban unos 150 trabajadores de GM&S, una empresa de fabricación de equipamiento para coches en plena batalla entre la dirección y los sindicatos por la amenaza que se cierne sobre numerosos empleos.

Los manifestantes querían ver al presidente, pero fueron desalojados a golpe de gas lacrimógeno por la policía tras varios forcejeos. Una vez en el interior del recinto, Macron habló discretamente del asunto con el presidente de la región de Nueva Aquitania, el socialista Alain Rousset, que se quejaba de que no encontraba candidatos para los puestos vacantes en una fundición distante 30 kilómetros de Égletons.

Fue entonces cuando dijo, sin pelos en la lengua y visiblemente enfadado, que «algunos, en lugar de montar follón, harían mejor en ir a ver si pueden encontrar trabajo allí». La expresión usada por el presidente -foutre le bordel- no solo es coloquial sino que raya la vulgaridad, porque en determinados contextos puede ser sinónimo de joder.

Es probable que no la hubiera pronunciado de haber sabido que una cámara de la televisión BFM estaba grabando, pero el caso es que arruina el objetivo que se había fijado el Elíseo con el periplo del presidente a diversos centros industriales del país para hablar de los aspectos sociales de sus reformas. La presidencia trata de calmar el malestar de la izquierda con los Presupuestos del 2018, reflejo de un Macron más neoliberal que social.

Durante la jornada de ayer, el Elíseo se empleó a fondo en apagar el incendio provocado por las palabras del presidente y el propio Macron lamentó usar una «expresión familiar» aunque asumió la idea de fondo, es decir, que hay que ir a buscar trabajo donde lo haya.

Pero en las redes sociales y en la oposición, tanto de izquierdas como de derechas, arrecian las críticas por lo que consideran una actitud de «desprecio» hacia los franceses. Sobre todo porque llueve sobre mojado. Hace tres años, apenas nombrado ministro de Economía de François Hollande, el joven exbanquero lamentó que muchas de las mujeres que trabajaban en los mataderos de una empresa bretona fueran «analfabetas».

Meses más tarde soliviantó a la izquierda al decir en una entrevista que hacía falta que los jóvenes franceses «tuvieran ganas de convertirse en millonarios». Y en mayo del 2016, cuando ya eran claras sus ambiciones presidenciales, tuvo un encontronazo con uno de los huelguistas de una fábrica de Lunel, «harto de no tener pasta para poder comprarse un traje y una corbata» como los que llevaba el ministro.

«No me va a dar miedo con su camiseta. La mejor manera de pagarse un traje es trabajar», fue la respuesta airada del presidente Macron.

PROVOCACIÓN / Una vez instalado en el Elíseo, Macron quiso imprimir a su estilo de ejercer la presidencia cierta sobriedad vendiendo caras sus declaraciones. Pero esa actitud muy pronto se interpretó como una falta de cercanía con los franceses y, con una cota de popularidad a la baja, cambió de estrategia. Volvió a la provocación. A principios de septiembre, cuando se caldeaban las manifestaciones en contra de la reforma laboral, aseguró desde Atenas que no cedería nada «a los vagos, los cínicos y los extremistas».