"Antes de actriz: policía; antes de policía: trabajadora; antes de trabajadora: madre; antes de madre y sobre todo: mujer". El México no misógino se quita el sombrero ante una señora excepcional: Alejandra Alvarez. La sargento Alvarez lleva 30 años patrullando la megalópolis como policía y estos días cumple cinco años de representar sin interrupción, en teatros, sindicatos y corporaciones policiales, un monólogo titulado De poli a diva... y de regreso , sobre su condición de mujer, madre, esposa abandonada, trabajadora y policía, repóquer de aspectos que representa otras cinco revoluciones pendientes en un país marcado por el machismo, la explotación y las corruptelas.

Niña reprimida e hija sometida, Alejandra se negó a que la "etiquetaran como carne dispuesta". Quiso ser policía, y de acción, "para enseñarles a todos lo que podía hacer una mujer". Su padre puso el grito en el cielo, pero ella, a los 22 años, ingresó en la policía de la capital. "Las mujeres suelen trabajar en un escritorio, en la esquinita, como de adorno", dice. En cambio, ella ha rastrillado las calles peligrosas a pie y como conductora de patrulla, y está "muy satisfecha de haber detenido" una caterva de delincuentes. Además de poder "demostrarle a alguien que no necesitaba de él" ni para mantener a sus cuatro hijos.

Acosada como mujer, Alejandra siempre fue de alguna manera policía y actriz. Pero esta segunda faceta germinó cuando, hace más de 20 años, se disfrazó de payaso porque no había dinero para pagar a uno que animara una fiesta infantil. Los agrupamientos policiales la reclamaron para sus fiestas y esta actividad acabó por formar parte de la orden de operaciones .

Ambiente de cabaret

Hace siete años y caracterizada como el demonio, Alejandra ganó el premio a la mejor actriz en un concurso iberoamericano de tradicionales pastorelas navideñas. El productor Arturo Morell se topó con "una policía que ha sido víctima de la intolerancia, del acoso sexual, o del pago diferente al trabajo igual", y al mismo tiempo con "una actriz de formación empírica a la que no se puede dirigir y hay que dejar actuar". Morell escribió para Alejandra la obra de su propia vida.

Para no caer en el panfleto feminista, el monólogo tiene un aire de farsa y un ambiente de cabaret. Alejandra Alvarez hace aflorar todos los sentimientos acumulados en medio siglo de vida difícil y los espectadores van de la carcajada a la lágrima hasta sumergirse en una espiral liberadora de reflexión colectiva. En el teatro, el foro que cierra el espectáculo siempre depara discusiones sobre la mujer, amante, madre y trabajadora, y apenas algún cotorreo , o chanza, sobre la policía. En los cuarteles, varios agentes --seguramente carcomidos por sus delitos o, cuando menos, por la mordida a los automovilistas-- han llorado sus vergüenzas y tirado la placa tras el habitual "¡Mis respetos!" a la poli honesta.

La conclusión de la obra es casi un lema para Alejandra: "La vida depende de uno. No podemos culpar ni a los padres que no pudieron educarnos, ni al marido que nos abandona, ni al Gobierno. Uno es quien decide qué hacer".

Mientras otros profesionales y actores denigran el uniforme con mordidas y cantinfladas, ella, que ha logrado la imposible definición unánime de "una señora chingona y a todo dar", puede lucir el uniforme del Agrupamiento Femenil de la Policía en los escenarios, por un especial permiso de las autoridades.

Vuelta a la realidad

Lo cierto es que, al acabar el encomiable espectáculo y abandonar el teatro, los espectadores vuelven a una realidad que tiene un aire teatral con olor a gasolina. Hay unos policías haraganes, si no cómplices, cerca de donde dejaron sus vehículos desaparecidos o rayados; o una batalla de dialéctica y regateo con alguno de tráfico que los para en el primer cruce por varias infracciones; con el consiguiente "a ver, joven, como le hacemos", hasta que el billete, "aunque sea para el chesco", o refresco, cambia de mano como por arte de magia.

Por no meterse en intimidades de alcoba y hablar de lo que ocurre entre los cónyuges mexicanos dentro y fuera de las casas. Casa grande para la esposa y casa chica para la amante.

Como aquella feminista mexicana de nombre olvidado --Concha Michel-- que luchó hasta lograr el voto de la mujer en medio de la burla de sus camaradas y acabó por ser famosa en Europa por sus corridos revolucionarios y anticlericales, esta policía actriz, Alejandra Alvarez, tiene intención de llevar su arte y su alegato al otro lado del charco. De momento, vigila y actúa; libre, vive e insufla vida. Y dice que siempre será policía.