Firas recuerda poco de esa noche: el agua fluyendo río abajo, árboles cubiertos por un manto de nieve espesa, el cielo escupiendo copos de nieve enormes. Y hombres en pasamontañas. Eso es lo que mejor recuerda Firas: era viernes, 18 de enero de 2019. Ese día, unos hombres con la cara tapada lo devolvieron ilegalmente de Grecia a Turquía. Eran, explica, miembros de la policía griega: «Me tuvieron en la comisaría por un día y medio. Al principio, esos hombres del pasamontañas me desnudaron y pegaron. Después me metieron en una celda. No me dieron de beber ni de comer. A la mañana siguiente me sacaron. Me pegaron con tuberías de hierro. Justo después, con otras personas, me mandaron al río. Era viernes», dice Firas. Luce pelo negro y flequillo caído sobre el lado derecho de la frente, cuatro pelos en la barbilla y bigote de no haberse afeitado demasiadas veces: tiene apenas 17 años.

Marcharse / Firas es sirio y el río que recuerda es el Evros, frontera natural que comparten Grecia y Turquía. Antes del 2012, esta era la ruta migratoria a Grecia más utilizada. Pero ese año, Atenas construyó una valla, y el flujo migratorio migró al sur, a las islas. La ruta del Evros quedó relegada. Ahora renace de nuevo, porque si un refugiado consigue entrar a Grecia por el Evros es libre de viajar por todo el país, lo que no pasa en las islas. Por eso, algo más de la mitad de los refugiados y inmigrantes que llegan a Grecia desde Turquía lo hacen por aquí: 18.000 de los 32.000 totales en el 2018. Firas es uno de ellos.

Firas tenía miedo de que el Gobierno sirio le obligara a ir a la guerra. Decidió que viajaría a Alemania, donde vive su hermano mayor. Sus padres le dieron dinero y encontraron una familia que prometió hacerse cargo de él durante el viaje. Partió de Siria en junio del 2018 y, en noviembre de ese año superó el río el Evros. Estaba en Europa.

«Pasamos con un grupo de 20 personas. La policía griega nos encontró y pegó», dice. Les robaron todo: cogieron el dinero, destrozaron sus teléfonos y, finalmente, los mandaron de vuelta a Turquía. Según Naciones Unidas, en el 2018, unas 300 personas fueron devueltas ilegalmente a Turquía desde Grecia cruzando el Evros. La práctica no es nueva: viene denunciándose desde hace años. «Recibimos testimonios constantes de gente a la que le pasa -explica Boris Cheshirkov, portavoz en Grecia de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados-. Expresamos nuestras preocupaciones al Gobierno griego, pero su respuesta no da los frutos necesarios». La policía griega lo niega todo.

A LA TERCERA / Firas no desistió. Días después de ser expulsado ilegalmente de Grecia, volvió a cruzar: lo consiguió, pero todo volvió a salir mal. La policía les encontró cerca del río. Al cabo de unos minutos, llegaron varios hombres de negro, todos con pasamontañas. Les pegaron, robaron, desnudaron y les devolvieron a Turquía en ropa interior. El número exacto se desconoce, pero algunos han muerto tras ser devueltos.

«He visto las heridas. Lo que está pasando aquí es la política habitual de la policía. Es como funcionan: los números, (los 300 retornados en 2018), no reflejan la realidad», explica la doctora Ifigenia Anastasiadi. «Todos me cuentan exactamente lo mismo: que la policía les entrega a esos grupos, cuyos miembros son, dicen, policías que se quitan la identificación. Ellos siempre roban y desnudan a los refugiados. Después destruyen sus teléfonos y les pegan. Y después, al río», dice.

Después, Firas explica que volvieron a pasar y que, por tercera vez, fueron detenidos en el río. Pero en aquella ocasión no les mandaron a Turquía sino al campo de refugiados de Fylakio. Era un avance. Fylakio alberga a 200 personas; la mitad de las cuales son menores no acompañados. La gente, entre estas rejas, se queda como máximo 25 días: el campo es solo de registro. Hay de todo: turcos, sirios, iraquís, y varias nacionalidades más. Todos han llegado cruzando el Evros.

Firas entró al campo a principios de diciembre. La familia siria con la que viajaba se marchó a los pocos días y él tuvo que quedarse porque era menor e iba solo. Pero se desesperaba: quería irse. Finalmente, el 17 de enero, abandonó, solo, el campo de Fylakio. Lo hizo con todos los papeles de asilo en regla. Compró un billete de autobús a Salónica y partió. Pero 15 minutos después, en la carretera, la policía paró el vehículo. Vieron que era refugiado, destruyeron sus papeles y se lo llevaron a comisaría. Fue un viernes: hombres en pasamontañas, tuberías de hierro, la noche, una tormenta, nieve y el río. Estaba en Turquía.

Firas fue detenido por la Gendarmería turca, que lo mandó a Estambul, donde estuvo tres días en la calle. Entonces, encontró a dos refugiados sirios que le dieron cobijo. Ahora, dice que le sorprende todo lo vivido porque no se habría imaginado nunca que un país de la Unión Europea pudiese hacer algo así. Él usa el adjetivo sorprendente podría usar tantos otros...