Cuando cayó el muro de Berlín y la limpieza de los muros internos en Italia acabó con la vieja clase política, hubo que recurrir a cosas nuevas. La derecha se sacó de la manga a Silvio Berlusconi y la izquierda se inventó al reformista moderado Romano Prodi. El rey del márketing político frente al austero profesor universitario. Il Cavaliere frente a Il professore .

Prodi es, a sus 68 años, un bulldózer: lento pero seguro. Le llaman Mortadella por su cara de bonachón y porque en Bolonia, su ciudad, se fabrican las mejores mortadelas de Italia. Simpatizante de joven con la Democracia Cristiana, él se define como "un católico adulto", que significa que tiene pensamiento propio. Aun así, no se ha atrevido a dar el paso de regularizar las parejas de hecho, como había prometido, por presiones de la Iglesia y de los sectores más conservadores de su heterogénea coalición.

Dos veces, los gobiernos italianos le nombraron presidente del IRI, equivalente al difunto INI español, conglomerado industrial creado después de la segunda guerra mundial. En 1996, beneficiándose de una imagen de dirigente íntegro e independiente de los viejos y denostados partidos políticos, consiguió la primera victoria electoral al frente de una coalición contra natura en la que estaban comunistas, excomunistas, exsocialistas, exdemocristianos, exliberales, católicos y masones de solera. Dos años y la coalición se desintegró. En abril del 2006, Prodi dijo haber aprendido la lección. Solo han pasado 20 meses.