En verano comenzaron a sonar las alarmas. La pandemia de coronavirus amenazaba con forzar el cierre de miles de centros de votación por las dificultades de reclutar a suficientes ciudadanos para ocuparse de las mesas electorales el 3 de noviembre. Las primarias de abril en Wisconsin habían servido de ventana al futuro. Una ciudad de 600.000 habitantes como Milwaukee había pasado de 180 colegios electorales a tan solo cinco, lo que obligó a sus votantes a esperar hasta más de cuatro horas en cola para poder votar. Todo ello en plena crisis sanitaria. Estrellas del deporte como LeBron James lanzaron una campaña para movilizar a la ciudadanía apelando a la responsabilidad cívica y la necesidad de preservar el derecho al voto. Y compañías como Gap o Banana Republic dieron fiesta pagada a los empleados que se prestaran para trabajar en las elecciones. Aquí, un martes laborable.

Se necesitaban alrededor de 1.2 millones de voluntarios para poder celebrarlas con normalidad, según Democracy Works. Miles de jóvenes dieron el paso adelante, asumiendo un protagonismo que tradicionalmente ha recaído en los pensionistas, confinados ahora en sus casas. En Estados Unidos los 'poll workers' son siempre voluntarios, aunque se les paga por ese trabajo tedioso que consiste en comprobar las listas del registro, verificar identidades, abrir sobres, escanear votos, contarlos, tabularlos, generalmente el salario mínimo. Pero esa armada cívica está ahora en el centro de las sospechas de medio país, después de que el presidente Donald Trump los haya señalado como los artífices de ese "fraude masivo" que ninguna autoridad local u observador independiente ha detectado.

"FRAUDE MASIVO"

“Los trabajadores de las mesas en Michigan estaban duplicando papeletas. Cuando nuestros observadores trataron de ver lo que hacían, trataron de bloquear su campo de visión”, dijo el jueves al repetir las alegaciones infundadas que lleva pregonando desde mucho antes de los comicios. Les acusó de cocinar el resultado, “contando votos en habitaciones secretas”, sacándose de la manga “papeletas misteriosas” o tapiando cristaleras para ofuscar el trabajo de los 'observadores'. “Es un sistema corrupto y vuelve a la gente corrupta, aunque no lo sea por naturaleza”, dijo durante esos minutos surrealistas sin presentar un solo papel, una fotografía, una prueba. Nada.

En esa legión de “corruptos” hay votantes demócratas, republicanos e independientes. “Todos fuimos identificados por la afiliación a nuestro partido. Pero nadie habló de a quién había votado. Participamos en nuestra democracia y no hubo nada feo en ello”, ha escrito Evelyn Smith en 'The Washington Post', una estudiante de economía que participó en el recuento de Michigan. Como todos sus compañeros, tuvo que dejar el teléfono en el coche o a la entrada y, durante las 13 horas que pasó contando votos, estuvo totalmente incomunicada del mundo exterior. Interventores de ambos partidos vigilaron el trabajo, acercándose a las mesas, haciendo preguntas e impugnando, llegado el caso, cualquier acción contraria a las normas.

CRISTALERAS TAPIADAS EN DETROIT

“El recuento implica tantos pasos, tantas capas de revisión y supervisión, que es virtualmente imposible falsear un solo voto”, escribió Smith. El presidente y sus seguidores parecen estar convencidos de lo contrario. Muchos han hecho guardia desde el martes a las puertas de los centros de recuento en Michigan, Arizona, Florida o Georgia. Algunos, armados, gritando consignas de pucherazo, golpeando las puertas, acosando a los ‘poll workers’. A modo de prueba esgrimen que un centro de Detroit colocara paneles de madera en las cristaleras para impedirles la visión o no dejara entrar a los observadores republicanos, como dijo Trump.

Lo que en realidad pasó fue que, por entonces, se habían sobrepasado ya por mucho los 134 interventores de cada partido a los que la ley de Michigan permite estar en los cuentos de recuento. Y ante el intento de los trumpista de irrumpir a las bravas en el centro, la policía ordenó que se cerraran las puertas, según ha publicado ‘The Detroit News’. Uno de los muchos episodios de intimidación de estos días contra los ‘poll workers’.

A las puertas de un colegio electoral de Palm Bach (Florida), los seguidores de Trump bloquearon los accesos con sus furgonetas, adornadas con banderas de MAGA y QAnon, pusieron música atronadora para perturbar el trabajo en su interior, llamaron ‘negrata’ a la presidenta afroamericana del colegio electoral y zarandearon a algunos de los voluntarios, según ha contado en The Sun Sentinel el abogado Jeffrey Kasky, quien se apuntó trabajar en una de las mesas con la intención de “contribuir a la democracia”. Igual que cientos de miles de estadounidenses. “Yo no firmé para esto. No firmé para ser amenazado, acosado, increpado, zarandeado e incluso físicamente atacado. Pero me llevé todo eso y mucho más”, escribió Kasky.