Nada como el pesado silencio que envolvía ayer toda Varsovia puede describir el sentir del pueblo polaco un día después del accidente aéreo que ha dejado al país sin buena parte de su élite política, militar, económica y cultural. La multitud, procedente de todos los rincones de Polonia, empezó a llegar pronto por la mañana al centro de la capital para presentar sus respetos y oraciones ante el palacio presidencial y asistir a las misas oficiales por los fallecidos.

Armados con velas, banderas con crespones negros y tulipanes blancos y rojos, miles de polacos colapsaron la zona vieja de la ciudad, donde guardaron los dos minutos de silencio que abrieron la semana de luto oficial.

Ya entonces llegó la noticia de que los restos del presidente Lech Kaczynski serían trasladados esa misma tarde al palacio presidencial. A pesar de las decenas de miles de personas congregadas, durante horas apenas se escuchó un sonido por encima de un susurro o un incontrolable llanto de bebé.

"Es casi imposible describir lo que está pasando", explicaba Katja, una joven universitaria. Los medios de comunicación lo han intentado: conmoción, dolor, estupefacción. Nada es suficiente. "Tendría que haber una palabra que expresara todos esos sentimientos juntos y aún algo más", afirmó Katja.

PIELES Y CRUCES Extraño fue comprobar que el silencio que se había adueñado de la zona vieja se extendía por la ciudad, por las calles que debía pasar el coche con los restos de Kaczynski.

Pero tras el mismo silencio los polacos sepultaban ayer emociones y reflexiones de lo más dispersas. Desde los fervientes seguidores del polémico Kaczynski representados por un grupo de mujeres envueltas en pieles y con crucifijos colgados del pecho que aseguraban haber perdido al "último gran presidente polaco", hasta algún que otro joven escéptico que mantenía el silencio por respeto y aseguraba estar presente solo porque no quería perderse "un momento tan histórico".

Pero entre los extremos se percibía también algún sentimiento dominante, especialmente dividido por edades. Entre los más jóvenes predominaba la sensación de desamparo, más conmovedora a veces que las lágrimas de sus mayores. "Yo no siento dolor. Me siento más bien como en un estado de shock permanente, por la incertidumbre sobre todo", explicaba Janina, una joven camarera de la capital polaca. Sus ideas bien podían representar a la gran mayoría de los jóvenes reunidos ayer, enmudecidos por la incertidumbre.

TETRICA CASUALIDAD Muy distinto era el silencio de los mayores. La mayoría no logra escapar del escalofrío que produce la tétrica casualidad histórica: "Iban a recordar a las víctimas de la masacre de Katyn y acaban muriendo allí. Eran nuestros líderes, sus familias, es una casualidad tan terrible", exclamaba Pawel, un jubilado del norte del país, agitando muchísimo los brazos. "Cuando vi las imágenes en televisión me puse a llorar. Pero no solo porque fuera nuestro presidente, nuestra gente. Creo que habría sentido lo mismo si hubiese sido Putin. Esto es ante todo una tragedia humana", dijo otro jubilado.

La mayoría de los mayores ven en la tragedia otro capítulo de la negra historia de las relaciones ruso-polacas. Algunos incluso se atreven a pronunciar teorías de la conspiración en las que ven a Rusia detrás del accidente.

El sentido común se impone en los corrillos a través de miradas de desaprobación y los jubilados rectifican: "Lo cierto es que ayer se veía a Putin muy afectado. Quizá compartir esta tragedia sirva de escalón para mejorar las relaciones entre ambos países de una vez", dice Pawel. "Pero antes Putin tiene que pedir perdón claramente por las víctimas de Katyn", apuntilla su compañero.

El corrillo asiente y las sirenas anuncian la proximidad de la caravana en la que llega el cadáver de Kaczynski. Varsovia vuelve a callar intensamente para presentar sus respetos al presidente fallecido. No será la última vez, la noche se presenta larga para los que quieran visitar el féretro en la capilla ardiente del palacio presidencial y todavía quedan los funerales oficiales.