Sin el carisma de sus antecesores demócratas en la Casa Blanca, Barack Obama y Bill Clinton, Hillary Clinton se ha visto arrastrada por esa inmensa ola de descontento que recorre Estados Unidos, que ha preferido dar el salto al vacío y entregarse a un tipo como Donald Trump que confiar en la experiencia de una política consolidada que conoce como nadie los resortes del poder.

Clinton representaba la continuidad y el deseo expresado en las urnas es de cambio profundo. Ella es el ‘establishment’ y los vientos que soplan en todo mundo van en contra del sistema. La dirigente no ha sabido conectar con esa gran masa de descontentos ni aún incorporando en su programa algunas de las recetas de su rival en las primarias demócratas, Bernie Sanders.

La política genera además grandes dosis de antipatía entre electorado. Es inteligente y brillante pero esquiva. Un 60% de los estadounidense consideran que no es de fiar. Pertenece a una dinastía política cuando se repelen las dinastías y hay hartazgo de las élites. De nada le ha servido su preparación y conocimiento cuando hay deseos de ruptura.

La exsecretaria de Estado sucumbió hace ocho años al huracán Obama cuando se presentó a las primarias demócratas y se ha quedado ahora a las puertas de la Casa Blanca. Pero entonces se abrió paso a la esperanza. Hoy asoman las tinieblas.