Theresa May viaja hoy a Bruselas con el respaldo de su Gobierno para negociar la posible estrategia que permita desbloquear la negociación del brexit sobre la frontera en Irlanda. Los ministros rebeldes, que amenazaban con dimitir la víspera de la cumbre, ignoraron el llamamiento a la sublevación lanzado por algunos cabecillas euroescépticos, como el exministro para el brexit, David Davis. La revuelta interna, aunque no resuelta, quedó aplazada hasta un momento más propicio.

La primera ministra se dirigirá a los líderes europeos antes de la cena que estos celebrarán y a la que May no está invitada. Ante esta audiencia poco receptiva, tratará de que retiren la exigencia de que Irlanda del Norte quede dentro de la unión aduanera europea en caso de que no haya acuerdo sobre la futura relación comercial durante el periodo de transición. Esa salvaguarda, según Bruselas debe ser permanente, como medida de seguridad. May pide que sea un arreglo temporal, por miedo a que el país permanezca en un tipo de unión aduanera indefinidamente.

Unionistas y euroescépticos no aceptan tal solución. Tampoco que la región norirlandesa tenga un estatus diferente dentro del mercado interno de Reino Unido. En Bruselas requieren que los británicos presenten algo «suficientemente creativo para romper el bloqueo».

May reunió ayer a los miembros de su Gabinete durante tres horas. Ninguno de los convocados amenazó con dimitir. La decisión de evitar una confrontación con May y abrir una crisis política interna en este momento crítico se tomó la noche anterior. En torno a unas pizzas de encargo, ocho ministros euroescépticos, casi un tercio del Gabinete, participó en una cena conspiratoria para coordinar sus tácticas. El llamado complot de la pizza lo organizó la líder conservadora de la Cámara de Comunes, Andrea Leadsom. Estaban el ministro para el brexit, Dominic Raab, y el titular de Exteriores, Jeremy Hunt. Lo pactado fue evitar la confrontación y darle a May más tiempo.