Era una calurosa madrugada del mes de junio cuando Kadim Salim Farhan se despertó sobresaltado, con varios fusiles apuntándole. Hacía dos meses que el Ejército de Sadam Husein había sido vencido y este general iraquí, que no quiere revelar su verdadero nombre, ya no esperaba ser detenido, y menos de una forma tan accidentada.

A pesar de que, según su versión, no llevaba armas y de que no se resistió, recibió un puñetazo en la mandíbula que le arrancó un diente en cuanto preguntó a sus captores: "¿Qué queréis de mí?" Enseguida fue esposado y obligado a tumbarse en el suelo, mientras un soldado le pisaba el costado con su pierna. "No hables, no digas nada, no eres un civil, eres militar", le dijo un teniente.

UN LUGAR SECRETO

Kadim Salim Farhan iba a pasar 10 días en lo que ya se conoce de forma coloquial como Guantánamo-2 : el aeropuerto de Bagdad. En las instalaciones militares del aeródromo, uno de los lugares más secretos y mejor vigilados del país, se encuentra, cuando menos, la parte más selecta de los 10.000 detenidos en manos de los ocupantes, entre ellos los principales nombres de la baraja.

Su estatus legal es objeto de controversia. El 40% de los detenidos lo son "por razones de seguridad", según la eufemística expresión utilizada por EEUU. Los responsables estadounidenses insisten en que la retención de un número tan elevado de ciudadanos tras la guerra sin hacer públicos los cargos contra ellos se ajusta a lo estipulado en la Convención de Ginebra y descartan transferirlos al extranjero.

En medios diplomáticos occidentales de Bagdad, todo ello es considerado, cuando menos, como una "torpeza política" por parte de un país que, supuestamente, pretende quitarse la etiqueta de potencia ocupante ante los ciudadanos iraquís. La Organización Iraquí de Derechos del Hombre va más lejos y califica a los detenidos de "prisioneros políticos" y exige su liberación o que se hagan públicos los cargos.

Kadim atribuye su arresto a chivatos pagados por las fuerzas de EEUU, que apuntan con el dedo acusador a militares del antiguo régimen y a posibles resistentes a cambio de unos dólares. Esta es una práctica que, según observadores, dispara el riesgo de que se produzcan arrestos arbitrarios.

El general no olvidará fácilmente los 10 días que pasó en el aeropuerto. Compartió una celda con otros 11 militares. Tenía dos interrogatorios cada día, uno por la mañana y uno por la noche, y el maltrato psicológico y físico al que fue sometido le hizo pensar que su vida "estaba en peligro". "En el aeropuerto, me zarandeaban, me levantaban la voz, me intentaban intimidar, durante los primeros días me dieron muy mal de comer: las raciones eran escasas y, desde luego, no bastaban para saciar mi apetito", afirma.

LOS INTERROGATORIOS

Equipos formados por tres personas le interrogaban a diario. Nunca eran los mismos, y en su uniforme no llevaban identificaciones. "Siempre me repetían las mismas preguntas, la naturaleza de mi trabajo dentro del Ejército, si teníamos armas químicas o biológicas", afirma.

Tras seis días de interrogatorios intimidatorios, los captores de Kadim parecieron convencerse de que este general carecía de vínculos políticos de peso con el depuesto régimen de Sadam Husein, y el trato mejoró. "Me dieron comida más abundante, me empezaron a tratar mejor e incluso vino un doctor para examinarme; cuando me liberaron me llegaron a presentar excusas".

Pero Kadim ya no es el mismo que antes de su detención. Los que le conocen aseguran que el miedo está escrito en su rostro. "Temo que los norteamericanos o los resistentes vengan a por mí, y yo no quiero saber nada de ninguno", concluye.