Los 115 cardenales electores encerrados ayer en la Capilla Sixtina durante la primera jornada del cónclave tardaron menos de dos horas y media en visualizar que era posible llegar a un pacto entre las diferentes tendencias para designar al nuevo papa antes del jueves. Esa convicción les llevó a realizar la primera de las votaciones, en las que ningún candidato logró los 77 votos necesarios para hacerse con la tiara. Así lo atestiguó el humo negro que brotó de la chimenea a las 20.06 horas.

Los purpurados podían haber esperado a hoy para comenzar a medir sus fuerzas en las urnas. Ello les habría permitido disponer de una jornada más, hasta el jueves, para tratar de alcanzar un compromiso, antes de verse forzados por la normativa a interrumpir el escrutinio.

La constitución que regula el procedimiento electoral, promulgada por Juan Pablo II en 1996, fija esa pausa obligada al cabo de tres días de votaciones. El descanso, en ese caso, no es nada recomendable para sus beneficiarios. Por contra, anunciaría que el nuevo papa saldría con fórceps , con lo que su mandato nacería debilitado.

INVOCAR AL ESPIRITU SANTO Los purpurados se concentraron a las 16.30 en una de las salas del palacio apostólico y, desde allí, cantando para invocar la ayuda del Espíritu Santo, se encaminaron hacia la Capilla Sixtina.

Llegados a la Sixtina, el decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, gran elector e incluso favorito, según algunos, ofició su último servicio como dirigente destacado de la era Wojtyla: invitó a los presentes a jurar que respetarían el secreto de lo ocurrido, que su voto no iba a servir a intereses ajenos y que, de salir elegidos, desempeñarán las obligaciones establecidas por la institución.

Ratzinger concluía allí una etapa, iniciada 10 días antes con los funerales de Juan Pablo II, en que ha ejercido de máximo dirigente interino de la Iglesia. En ese periodo, ha dirigido las reuniones de cardenales, a los que conminó a no hablar con los medios de comunicación, olvidando que él concedió una entrevista a un diario poco antes de la elección del Pontífice polaco en 1978. En ella alertaba del peligro de elegir a un papa progresista.

El alemán ha vetado, además, todo tipo de publicidad de los debates. El secretismo y el papel protagonista que se ha reservado han servido para robustecer su posición con vistas al cónclave, apareciendo como el abanderado de la única candidatura con posibilidades de salir adelante. Como reacción a ello, surgió la alternativa liderada por Carlo Maria Martini, dispuesta a prestar su aval al arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, para desbancar a Ratzinger.

El maestro de ceremonias, Piero Marini, tras pronunciar la frase "extra omnes" (todos fuera), cerró las puertas de la capilla a las 17.27. Entonces tomó la palabra el cardenal emérito Tomas Spidlik, que dirigió una última exhortación a los presentes sobre la situación de la Iglesia. Después de que Marini y el propio Spidlik abandonarán la sala, los purpurados optaron por votar.

PISTA FALSA A las 20.06, tras unos primeros momentos de confusión en los que el humo que expulsaba la chimenea era blanco, la fumata negra permitió vislumbrar con nitidez que aún no había compromiso. El periodista enviado por la televisión pública italiana, la RAI, llegó a proclamar la elección del nuevo papa durante unos segundos, hasta que cayó en la cuenta de que esta vez la verdadera fumata blanca irá acompañada del repique de campanas de la basílica.

A las nueve de la mañana los electores regresarán a la capilla, en la que se ha introducido una botella de coñac por si el elegido precisa una copa antes de salir al balcón de San Pedro.