Las calles de San Petersburgo están completamente limpias y vacías. En la víspera de la cumbre del G-8, las autoridades municipales habían explicado sin evasivas a los residentes de la segunda capital rusa que son anfitriones indeseados de la reunión de los líderes mundiales, y les pidieron quedarse en casa o mejor irse de la ciudad para pasar el fin de semana, tranquilamente, en sus dachas (casas de campo). Además, a todos les han obligado a lavar los cristales de las ventanas y a no tender la ropa en el exterior de sus viviendas.

Durante los tres días que durará la cumbre, la ciudad de San Petersburgo permanecerá totalmente bloqueada por aire, tierra y mar. No funcionarán los aeropuertos, quedarán reducidos al mínimo los trenes suburbanos e interurbanos, no habrá ningún tipo de navegación naval y fluvial en la región y se restringirá la entrada de vehículos con matrículas de otras ciudades.

En las zonas céntricas, miles de policías exigen la documentación a los viandantes que tienen que demostrar que residen en la ciudad. No solo no se podrá vivir. Tampoco es recomendable morir. Según una orden no oficial de las autoridades rusas, permanecen cerrados todos los cementerios de la ciudad y alrededores cercanos a las posibles rutas de desplazamiento de los altos invitados.

El mensaje de la policía a los escasos activistas altermundializadores ha sido claro: "¡Esto no es Gleneagles, aquí no habrá disturbios!". Además, las autoridades rusas no se han andado con rodeos y han detenido a más de 200 personas que esperaban aprovechar la cumbre para llamar la atención de los líderes al problema de los derechos humanos en la Rusia de Vladimir Putin.