L as huelgas se suceden en Bielorrusia, y la mala noticia para el presidente Alesksándr Lukashenko es que se han extendido a empresas estatales a cuyos trabajadores se les supone lealtad al actual Gobierno del país. De hecho, durante una visita a una de estas fábricas, el mandatario fue abucheado por los asistentes al acto, una imagen insólita para un hombre que ha gobernado la pequeña exrepública soviética con puño de hierro durante más de un cuarto de siglo. Como contrapunto, Svetlana Tikhonóvskaya, despreciada por las autoridades bielorrusas como una mujer sin experiencia política, dio ayer un paso adelante y en un nuevo mensaje de vídeo, se ofreció como «líder nacional» para pilotar el país durante el periodo transitorio.

La visita matinal del mandatario bielorruso a la Planta de Tractocamiones de Minsk, de titularidad estatal, se acabó convirtiendo en un trago amargo para el actual jefe del Estado. «No lograrán nada si se me presiona», advirtió. Durante su intervención, enumeró algunas concesiones que, dada la rapidez con la que evolucionan los acontecimientos, podrían sonar incluso desfasadas. Lukashenko ofreció una confusa reforma de la Constitución, y entregar el poder tras el correspondiente referéndum. Eso sí, se negó de nuevo a repetir los comicios. «A menos que me matéis, no habrá (otras) elecciones», espetó.

Todo lo contrario sucede con la opositora Tikhonóvskaya, obligada a exiliarse en la vecina Lituania y cuyo perfil parece tomar cuerpo a medida que transcurren los días y las protestas convocadas por ella van ganando terreno. Tras el éxito de asistencia a la «marcha de la libertad» del domingo, la profesora de inglés devenida en política se ofreció como «la líder nacional» que pilote el país durante el periodo transitorio, en el que pretende «calmar al país, recuperar el ritmo normal», liberar a todos «los prisioneros políticos» y preparar la «base legislativa y las condiciones para organizar» otras elecciones presidenciales.

La cascada de adhesiones a la huelga general convocada por la oposición en las empresas públicas, de gran importancia en un país que, al contrario que sus vecinos, ha mantenido gran parte de la economía en manos estatales tras el derrumbe de la URSS, merman la autoridad que le queda a Lukashenko. La lista es amplia: todas las minas pertenecientes a la empresa Belaruskali en la localidad de Soligorsk, al sur de la capital, la Fábrica de Tractocamiones de Minsk (MZKT), la Planta de Tractores (MTZ), la Fábrica Automovilística Bielorrusa (BelAZ)...

La postura que finalmente adopte Rusia será crucial para el éxito o fracaso de la rebelión. Alekséi Kurtov, presidente de la Asociación Rusa de Consultores Políticos y frecuente comentarista en emisoras moscovitas, cree que su país «no hará nada mientras no esté claro qué bando» consigue imponerse. Eso sí, advierte de que si «el régimen cae», una opción que no descarta dadas las multitudes opositoras, el Kremlin afrontará «una difícil decisión, como lo tuvo que hacer en Ucrania, Georgia o Kirguizia», dada la importancia del Estado bielorruso para el Kremlin, fronterizo con la OTAN y «ventana» de Rusia a Europa. H