Los contornos de la ensangrentada mano de Samir Sayhi podían identificarse con perfecta nitidez sobre la pelliza de Djamel, uno de las decenas de jóvenes que, a primera hora de la tarde de ayer, montaban guardia y bloqueaban, con neumáticos ardiendo y barricadas, los accesos a la localidad tunecina de Thala, junto a la frontera con Argelia.

Presos de un estado de histeria colectiva en donde nadie atendía a razones, Djamel y sus compañeros, armados con hondas, piedras y palos, rodeaban de inmediato todo vehículo forastero que intentara penetrar en la población y amedrentaban a sus pasajeros, increpándoles y golpeando sobre la carrocería, hasta conseguir que el conductor regresara por donde había venido.

Y es que para Thala, no lejos de Kasserine --ciudades ambas situadas en el epicentro de las protestas que sacuden desde mediados de diciembre Túnez-- la jornada de manifestaciones de ayer se había resuelto de forma especialmente trágica: un muchacho local había perdido la vida horas antes en las refriegas con las fuerzas de seguridad, y varios más habían resultado heridos de bala, entre ellos Samir Sayhi, con una enorme herida abierta en una pierna, lugar del que brotó el plasma sanguíneo que acabaría por dejar su impronta sobre el abrigo de Djamel.

"Dicen que ahora disparan con balas porque se les han acabado los gases lacrimógenos", explica, con el aliento entrecortado, Djamel, quien se niega a decirnos su verdadero nombre por temor a las represalias de los agentes de los servicios secretos que merodean por la región desde el inicio de las protestas.

"Ahora somos nosotros quienes tenemos todo el poder", se oye desde la multitud. "Atrás, atrás", increpan, amenazadoras, otras voces desde el gentío.

AL MARGEN Toda la región centrooccidental de Túnez se ha levantado en pie de guerra contra el régimen de Zine el Abidine Ben Alí. Situadas muy lejos del arco de prosperidad formado por la capital tunecina y su periferia --donde ayer el Gobierno decretó el toque de queda-- por las ciudades de Sfax y Sousse y los centros turísticos de Hammamet y Monastir, a orillas del Mediterráneo, las localidades interiores de Thala, Kasserine o Khmuda, muy próximas a la frontera argelina, han permanecido al margen de la riqueza generada durante el mandato del presidente Ben Alí, y es en ellas donde el viajero se reencuentra con las estampas habituales en otros puntos del norte de Africa: carreteras mal pavimentadas, poblados agrícolas semidesérticos en estado de dejación, salpicados de edificios a medio acabar, con el ladrillo y el hormigón impúdicamente a la vista.

Nada más atravesar el arco de entrada a Kasserine que da la bienvenida a los viajeros que llegan por la carretera de Kairuán, bajo un frío pelón acrecentado por el intenso viento, uno se da cuenta de que la ciudad lleva días de absoluta anarquía: a uno y otro lado de la principal avenida se vislumbraba un degradado paisaje urbano formado por edificios oficiales y comercios con fachadas ennegrecidas por las llamas, farolas y escaparates rotos. Algunos tenderos aprovechaban la relativa calma previa a la caída de la noche para tapiar a toda prisa con ladrillos sus propiedades. El caos y el desgobierno eran tales que nadie osó impedir que, a mediodía, decenas de manifestantes requisaran dos autocares de transporte público para trasladarles hasta Thala, de donde llegaban por telefóno inquietantes rumores de que se habían producido más muertos. "Hay que liberar Thala", era el grito de guerra.