Las multitudes han regresado el lunes a las calles birmanas a pesar de las amenazas de represión del Gobierno golpista. El volumen y la extensión de las protestas confirman que los tres muertos de las últimas horas han sido más catalizadores que disuasorios en un país acostumbrado a pagar con sangre las conquistas democráticas.

Las redes sociales han mostrado la mañana del lunes manifestaciones masivas en los aledaños de la pagoda Sule de Rangún. Y también en Mandalay, la segunda ciudad del país. Y en Napidaw, la capital política. Y en Dawei, Taunggyi, Myitkyna en todos los puntos de un país étnicamente complejo y cosido con alfileres pero que estos días parece unido en contra del Gobierno militar. El desafío popular a la asonada ha cristalizado en una huelga general que ha cerrado comercios y contado con el apoyo de un buen número de funcionarios. En las redes sociales habían abundado en la víspera los llamamientos a la "revolución de los cinco doses", en referencia a la fecha del 22-2-2021 que trae reminiscencias de aquel 8-8-1988 grabado en la memoria nacional por los centenares de muertos y heridos causados por la represión militar. De aquella revuelta emergió Aung San Suu Kui como icono democrático.

Los birmanos salen ya a la calle con la certeza de que se juegan la vida. La semana pasada murió una joven tras diez días en cuidados intensivos por un balazo y este sábado fallecieron otros dos manifestantes por disparos de policías y soldados en una protesta en Mandalay. El Gobierno lo justificó por un cuadro de anarquía y desórdenes. Los manifestantes están incitando a la gente, especialmente a los jóvenes y adolescentes, hacia una senda de confrontación en la que sufrirán la pérdida de sus vidas, advirtió el domingo el Consejo de Administración Estatal, el nombre adoptado por los golpistas.

Fuego real

Las protestas pacíficas se han sucedido en Birmania desde que los militares decretaron el estado de emergencia horas antes de que el nuevo Parlamento tomara posesión. No las frenaron las prohibiciones de reunión de más de cinco personas, ni los toques de queda, ni los cortes de internet, ni los despliegues de militares, ni los cañones de agua ni las balas de goma. El fuego real utilizado el fin de semana empuja a un escenario inquietante por conocido. Los militares y el pueblo se han enrocado en sus posiciones: los primeros quieren mantenerse durante un año en el poder para preparar lo que califican como elecciones libres y el segundo los quiere fuera ya mismo. La ventana para la solución pacífica se cierra, si no se ha cerrado ya, advierten los analistas. Lo que ocurra durante las próximas semanas vendrá determinado por dos factores: la voluntad de un Ejército que ha aplastado muchas protestas antes, y el coraje y la determinación de las protestas, opinaba en las redes sociales el historiador Thant Myint-U.

Al menos 640 personas han sido arrestadas o sentenciadas desde el golpe, según la Asociación de Asistencia para Presos Políticos. Entre los detenidos figura Aung San Suu Kyi y decenas de miembros de su Liga Nacional por la Democracia.