Puerto Príncipe respira. Con ayuda artificial pero respira. El apocalipsis del día siguiente del seísmo --calles sembradas de muertos, movilidad nula por las vías llenas de escombros, colapso de las comunicaciones y ciudadanos aterrorizados-- da paso, día a día, a señales de recuperación de las constantes vitales. Muy tímidas, pero señales. Con un esfuerzo titánico de los ciudadanos y del impresionante contingente de ayuda internacional, la capital de Haití, azotada por el terremoto del pasado 12 de enero, recupera, a un ritmo casi imperceptible aún, el pulso.

Los puntos de distribución de agua y comida, escoltados por fuerzas de la ONU para evitar los asaltos, cada vez son más numerosos, aunque la organización a nivel logístico sea un rompecabezas. Los hospitales han logrado establecer un mínimo orden y el goteo de pacientes atendidos no cesa, aunque hay algunos centros que están al límite en lo que a material se refiere y deben hacer importantes intervenciones solo con anestesia local.

Algunos bancos, pocos, han retomado su actividad para facilitar la retirada de dinero en efectivo a los ciudadanos por primera vez en nueve días. Las colas, fuertemente vigiladas para evitar incidentes, son larguísimas. Al menos tres oficinas de transferencias han abierto sus puertas para que los haitianos puedan recoger el dinero que sus familiares les envían desde el extranjero. En las calles ya se pueden ver camiones de basura recogiendo escombros.

La seguridad, a punta de metralleta y tanques apostados en los puntos neurálgicos, parece garantizada y el aeropuerto, bajo control estadounidense, y el puerto ya están operativos. Tropas estadounidenses y canadienses patrullan las calles, y aunque eso no puede erradicar completamente los pillajes y las escenas de violencia, sí disuade.

Sin embargo, las circunstancias críticas están aún muy lejos de remitir. El Gobierno de Haití calcula que entre un millón y un millón y medio de personas vagan por las calles, sin hogar y con lo puesto, sin comida y sin agua. De ahí que las autoridades tengan previsto el traslado de alrededor de 400.000 personas a ciudades fabricadas a base de tiendas de campaña que se van a levantar en las afueras de la capital haitiana. Inmensos campos de refugiados en los que residirán en su propio país.

El Banco Interamericano de Desarrollo está preparando un plan de construcción de una ciudad de viviendas al norte de Puerto Príncipe. El proyecto, para 30.000 personas, consiste en garantizar la comida a quienes reconstruyan su hogar.

ACTITUD "RESPONSABLE" El jefe interino de las Fuerzas de Estabilización de la ONU en Haití, Edmond Mulet, resumió el panorama actual con la idea de que "la seguridad está bajo control" pero "la organización de ayuda es una pesadilla". "Estamos desbordados", reconoció. Y elogió el comportamiento "responsable" de los ciudadanos de Puerto Príncipe. Un recorrido por la ciudad bastó a estos enviados especiales para corroborarlo.

Fue digno de admirar ver cómo las mujeres se las ingeniaban, ayer, para cocinar la comida del día, lavar a sus hijos y hacer la colada, tendida en el suelo al aplastante sol caribeño. Sus guisos olían bien pese a que tuvieron que colar el agua antes de ponerse a cocinar.

Mientras, muchos hombres volvían a sus casas en ruinas y separaban los hierros del hormigón caído, los enderezaban y los organizaban en atillos para reutilizarlos, seguramente, en la reconstrucción. Las inmediaciones del aeropuerto y de los centros logísticos donde acampan los contingentes internacionales se llenan de hombres enarbolando sus nombres y teléfonos en un papel buscando un trabajo. Las personas se ofrecen como traductores o taxistas para ganar algo de dinero después de quedarse sin casa y sin trabajo, después de haberlo perdido todo.